[endif]Los ayuntamientos españoles del siglo XIX carecían de recursos económicos, por lo que debían recurrir a diputaciones y Gobierno central para atender las demandas ciudadanas. Si a esto unimos la inestabilidad política, que provocaba la continua sustitución de los alcaldes, es fácil comprender que pocos regidores de esta época hayan pasado a la historia por sus actuaciones. En A Coruña hay un alcalde decimonónico que consiguió hacerse un hueco en la memoria de sus habitantes: José María Abella Rodríguez. A ello contribuyeron los cinco años que permaneció en al frente del Ayuntamiento, entre 1861 y 1866. Abella también es recordado por sus múltiples actuaciones, entre las que destacan las encaminadas a surtir de agua a la ciudad, por entonces sumamente necesitada de este elemento. El tenaz alcalde promovió la búsqueda y perforación de pozos en la periferia del municipio, así como la conducción del agua hasta el casco urbano. Abella dedicó también grandes esfuerzos a las obras de derribo de las murallas, que limitaban el crecimiento urbanístico coruñés. Este inquieto político desarrolló una intensa labor en favor del embellecimiento y modernización de la ciudad, que se vio impulsada con el nombramiento de Juan de Ciórraga como arquitecto municipal, ya que su aportación fue decisiva para configurar el urbanismo coruñés de finales del siglo pasado. Como hombre preocupado por las necesidades locales, Abella exigió del Gobierno la reanudación de las obras del ferrocarril hacia Galicia, que permanecían paralizadas. Los trabajos se retomaron, pero hubo que esperar veinte años para que el tren llegase a la ciudad. Uno de los logros de José María Abella fue suprimir los canalones que vertían el agua de lluvia sobre las aceras directamente desde los tejados, ya que eran molestos para los viandantes. Un siglo más tarde, habría que exigir que retiren los canalones que desaguan a ras de suelo, en lugar de hacerlo en un sumidero. / J. M. Gutiérrez