Cuando en 1208 el rey leonés Alfonso IX decide fundar la ciudad de A Coruña sobre los restos de la antigua Crunia, ya existía en el lugar un pequeño templo dedicado al apóstol Santiago y que se erigió sobre una roca granítica. Las excavaciones realizadas en el jardín trasero de la iglesia hallaron restos de la civilización romana, lo que revela que esta parte de la península coruñesa siempre fue apreciada por quienes la visitaron. Con la creación del nuevo núcleo urbano en lo que hoy conocemos como Ciudad Vieja, la iglesia adquirió una importancia capital en la vida de la que entonces no era más que una pequeña población marinera. La calle recibió su nombre del templo y no de la vecina Compostela, que cuenta con su propia vía en el nomenclátor coruñés. Por su situación, este lugar se encuentra entre los de mayor solera de la ciudad. Así, la calle figura en los documentos municipales más antiguos, situada junto a una de las entradas principales del recinto amurallado, que recibía el nombre de Puerta Real. Los vecinos de A Coruña se reunían en el atrio de la iglesia de Santiago para celebrar las sesiones del concejo abierto, una institución municipal mediante la que todos los habitantes decidían las cuestiones que afectaban a la organización de la ciudad. Con el paso del tiempo, la ciudad creció y ganó una nueva parroquia: Santa María del Campo, cuyo templo rivalizó por la primacía sobre los fieles de la ciudad. Las disputas ante el arzobispado compostelano culminaron con la designación de la nueva iglesia como colegiata y la consiguiente subordinación de la de Santiago. Pese a todo, son muchos los vecinos de la Ciudad Vieja que consideran a esta parroquia como la de mayor categoría entre las existentes en el municipio, no sólo por su mayor antigüedad, sino por su riqueza artística. La iglesia sufrió graves daños en los incendios de 1501 y 1779, pero fue reconstruida para recuperar su antiguo esplendor. Uno de los elementos más curiosos del edificio son las pequeñas figuras que aparecen en la fachada principal, que reproducen personajes grotescos. Hoy en día, tan sólo la Torre de Hércules supera en historia a este pequeño edificio, cuya torre pugna por sobresalir en el perfil de la Ciudad Vieja. J. M. Gutiérrez