En vano busco aquí y allá un lugar en el que resguardarme de mí mismo. Regreso andando por la acera y paso de largo, a propósito, por el lugar en el que está estacionado mi automóvil. Detesto con idéntica intensidad el “yo” que debería pretender ser como aquel otro, en funciones, con el que me he vestido para ver pasar los días, como si éstos fuesen ese mismo yo transeúnte ignorándome al verme estacionado en ese lugar anodino de la calle que, consciente o inconscientemente, me he -o me han- reservado. Sé que a veces llegamos a estar muy cerca de quienes somos, de alcanzarnos por un momento, pero antes de asistir al fulgor, al rayo verde, de ese ensamblaje, salgo corriendo en tu dirección, pues, en realidad, sólo aspiro a tenerte.