En todas las partes del mundo, el lamento de la prensa por proteger su libertad de expresión no es el mismo al del resto de la población. Quizá una excepción fue el caso de la periodista rusa Ana Politkóvskaya, premio Vázquez Montalbán de Periodismo Internacional hace unos años. Ana era una de las informadoras más críticas con la política del Kremlin, quien fue asesinada en su domicilio en Moscú.

Los trabajos de Politkóvskaya son conocidos por denunciar los abusos de los derechos humanos en la política de Moscú en Chechenia. La mataron quizá porque reflejaba puntual y fielmente de las agresiones que acuciaban a esta población. Las autoridades rusas capturaron a los asesinos, que fueron condenados después de su muerte. Y hasta es posible que muchos de nosotros recuerde hoy dónde estaban cuando se cometió su asesinato.

Sin embargo, en esa fetidez del abuso, la irracionalidad y la violencia institucional propiamente dichas, las agresiones contra la prensa se pierden por lo general entre las muchas agresiones que sufre la población. Algo parecido a lo que sucede estos últimos tiempos con los vecinos del parque ofimático de A Coruña.