El pasado día 9 estuve en la semblanza-homenaje a Nicanor Acosta en la sala de la Real Academia Gallega de la calle Tabernas de La Coruña. En ella se empezó hablando de la labor social de Nicanor, algo que comparto desde cualquier puntos de vista, pese a algunas diferencias en lo personal. Al final se acabó hablando de la república, del comunismo y otras cuestiones, que justifican quizá al organizador del evento (Recuperación de la Memoria Histórica), si bien por mi parte no era lo esperado. Lo digo por mis propias convicciones y, hasta contradicciones si quiere, que se hicieron patentes en un momento dado del acto. A pesar de proceder de una familia republicana, yo no soy republicano. Opcionalmente.

A lo sumo me consideraría medio republicano (valga el mal chiste) y ello por influencia paterna: siempre se quiso mantener dentro de la familia el vivo recuerdo de un pasado de atrocidades en las que muchas veces nos quedamos estancados por la culpa, con cierto aire de nostalgia vengativa. No soy republicano por herencia materna ya que siempre se intentó abrir vías conciliatorias, a costa de hacer borrón y cuenta, decantándose una y otra vez por recuperar el presente y enfocar el futuro sin los lastres emocionales del pasado. Algo que trato de seguir como horizonte existencial por la particular servidumbre que ello nos trae a veces tanto a nivel individual como colectivo. Académicos de diverso pelaje son dados a resucitar con frecuencia los pros y los contras de lo que se consideran las causas de nuestra guerra.

Unos defienden la tesis de la desestabilización política y una sociedad que mostraba signos de crisis, justificando el alzamiento. Otros considerando que eso no significaba que la guerra fuera la única salida. Todo esto siempre representa una sana profilaxis en la que hay que aceptar que al final todos somos culpables de nuestra guerra en mayor o menor medida. Y como siempre, los agoreros de ese enigmático discurso con historias nuevas que contar... Las comisiones de la verdad pueden investigar, pero no parece que vayan a lograr conocer la verdad ¿Estamos preparados para conocerla y aceptarla?

Se pueden pactar comisiones, pero llegar a establecer la realidad creo es imposible, pese a lo cual no debemos dejar de intentarlo. Ese derecho implica no obstante que la verdad conocida, no todos estén dispuestos a aceptarla. ¿Qué utilidad tiene conocer una verdad que no es real? Aunque nos duela, cuando una sociedad ha madurado los antagonismos carecen de valor, con tendencias que han de decantarse hacia posturas de equilibrio. Ni azules ni rojos. O corremos el riesgo de reeditar los odios del pasado. Algo que yo percibí meridianamente en el acto del que hablaba al principio.

Quizá porque la verdad completa nunca se sabrá. O tal vez no conviene saberla.

Luis Enrique Veiga Rodríguez

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