En el ámbito de la interpretación pianística y, por añadidura, en el de la interpretación musical, no existen lo que podríamos denominar verdades absolutas, sino solo opiniones informadas.

El pianista Ivo Pogorelich hizo realidad estas cuestiones el pasado día 30 de mayo en el Teatro Colón de A Coruña.

Tachado por muchos de caprichoso, excéntrico, y no sabemos de cuántas rarezas más, el señor Pogorelich plantea algo diferente a la mal llamada y entendida tradición interpretativa y arroja nueva luz sobre obras míticas del repertorio pianístico haciendo que lo tocado tantas veces suene diferente pero sin perder su sentido. Esto ya no es solo una cuestión de coherencia y honestidad profesional, sino de valentía al exponer ante un público -acostumbrado a escuchar en tantas ocasiones prácticamente lo mismo- nuevas ideas, que creo que en el fondo es de lo que se trata. Con todo ello, no pretendo afirmar que Pogorelich se encuentre en posesión de la verdad absoluta (probablemente ni él mismo lo sostenga), sino que a veces hay que dejar de lado el mundo dogmático y lleno de "tradiciones" de la música mal denominada clásica y disponerse a escuchar sin prejuicios.

No existe hoy en día nadie que pueda saber ni experimentar cómo sonaban las obras en manos de Schumann, Liszt, Brahms, aunque sí en el caso de Stravinski (ahí está su imprescindible legado discográfico), excepto los testimonios de sus contemporáneos y, como toda opinión que se precie, personal y discutible. Como la mía, por ejemplo. Cada intérprete (incluso aquellos que han estado en contacto directo con los grandes compositores) ha aportado su grano de arena a la ejecución del repertorio pianístico; en algunos casos sus contribuciones han sido tomadas en cuenta y en otros, justa o injustamente, se han perdido para siempre. Recordemos que el mismo Pogorelich alcanzó una de sus cúspides interpretativas en su grabación de 1982 para Deutsche Grammophon de Gaspard de la nuit de Maurice Ravel, en una versión aclamada como de referencia por la crítica especializada.

Personalmente no encuentro controvertidas las interpretaciones de este músico genial. Desde mi punto de vista, creo que su manera de recrear las obras está pensada muy profunda y pacientemente, basándose en un entramado de cambios de textura, tensiones armónicas y melódicas que serían muy largas de explicar aquí y que, eso sí, requieren una atención absoluta por parte del oyente. El ejemplo más patente en el recital del Teatro Colón se puso de manifiesto en la Fantasía Op. 17 de Schumann. Un auténtico caleidoscopio tímbrico y colorista, transformando una obra maestra del XIX en una del siglo XXI con todo lo que ello implica. Fue la interpretación de un visionario.

No quisiera concluir estas reflexiones sin hacer mención también al hecho de que el pianista no tocara de memoria. Circunstancia que en su anterior visita a A Coruña causó no poca controversia. Creer que un pianista que toca con la partitura en el atril no ha estudiado o no le ha dado tiempo a memorizar es un disparate y un grave error. El tocar de memoria es un elemento técnico, no artístico, que no influye lo más mínimo en la interpretación o el concepto de la obra que tenga un intérprete. El propio Pogorelich explica que lo hace así por respeto al compositor y, según mi criterio, para alcanzar esos resultados ha de apoyarse en el propio texto musical.

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