Una de las características que diferencia a los humanos del resto de seres vivos es su capacidad innata de prestar ayuda ante una imperiosa necesidad, de acudir a la llamada del que precisa socorro, muchas veces sin tan siquiera medir riesgos o consecuencias.

Ahora, los refugiados sirios precisan nuestro asilo tal y como muchos de nuestros abuelos huyeron de la Guerra Civil, buscando abrigo en los países colindantes. Mirar hacia otro lado o cerrar fronteras no debería suceder, pero por desgracia, la realidad no es otra.

Tal vez deberíamos preguntarle a esa Europa que nos llama "alemanes del sur" por qué después de tanta directriz restrictiva y tras ese esfuerzo por ponernos al día en lo encomendado, no nos vemos en disposición de pedirles algo más de celeridad y buen hacer en este propósito, por parte de aquellas naciones que constituyen el motor europeo.

¿O acaso la vida de los refugiados no es algo muy serio? Después de los subsaharianos colgados en la valla de Melilla, isla de Lampedusa y demás sonrojantes dejadeces europeas, no parece tampoco éste tema baladí.

Prefiero pensar que en este lento caminar hacia la solución del problema se encuentre el quid de la cuestión, y que esa Europa que sufrió en el incendio del polvorín de los Balcanes terribles consecuencias de nefasto recuerdo, medita las cosas más allá de la presión internacional.

Como nos enseña la Historia, todos los grandes conflictos comenzaron con diminutas chispas que crecieron al calor de los aliados de uno y otro bando, y el efecto dominó en esta caótica situación, lamentablemente, se plasma muy presente.

¿Por qué todos los que huyen buscan países europeos? ¿El mundo árabe solo guarda silencio? Huele a posicionamiento hostil.

Ojalá Europa en su parsimoniosa actitud, en esa reflexión tardía, encuentre el necesario tiento para no dar un mal paso que nos encamine hacia el trágico fin bélico.

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