Un año más, acudimos en familia a ver el Belén en la sala de exposiciones del Ayuntamiento, en María Pita. Ciertamente, si la Casa Consistorial es la de todos, con esta idea entramos en una estancia que se convierte, con más merecimiento, por unos días, en la prolongación de la nuestra. Y no es exagerar pues se trata, a su vez, del Belén de la ciudad, de nuestra urbe, cargada de historia con personajes que caminan hacia ese punto discreto, un Portal, donde la historia de Occidente marca su recuento, su kilómetro cero.

Los artistas-artesanos del Belén han tenido el acierto de crear este Nacimiento con los elementos tradicionales del mismo, añadiéndoles innumerables conexiones al pasado coruñés a través de personajes de todas las épocas. Es un mérito loable esta incardinación de lo religioso en lo popular y viceversa, con tanto gusto y arraigo ciudadano.

La última incorporación de la figura de Balbino, el protagonista de Memorias de un neno labrego corona esta idea y refuerza el sentido histórico-rural de los belenes, como reportaje del tiempo, como secuencia plástica de la vida del campo que fue mayoritaria en la población gallega hasta hace bien poco.

A Coruña tiene así su Belén propio, concitando todo tipo de personas de relieve en su historia pasada y reciente. Y no solo figuras sino detalles arquitectónicos y decorativos que son guiños al patrimonio artístico local y universal. Tal es así que podemos encontrar desde referencias escultóricas a la "victoria de Samotracia" hasta la gloriosa delantera del Dépor. Desde Breogán a Rosalía y Picasso, desde Alfonso IX a Seoane. Por citar alguna de las muchas figuras de inmejorable factura y parecido.

Balbino ya queda en el Belén por méritos propios y los de su creador, Neira Vilas, que va de camino a la inmortalidad llevado por la buena estrella de esta Navidad y de todas las que, en vida, su pluma hizo brillar con humilde intensidad.

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