Hoy, viendo las noticias de la TV, he escuchado a un asturiano, entrevistado poco después de encontrase su casa y finca totalmente quemadas, debido a los devastadores incendios ocurridos en Asturias, Galicia y Cantabria. El hombre, que hablaba con admirable entereza, de pronto se desmoronó y apenas pudo hablar por la emoción, al recordar que el retrato de sus padres se había convertido en cenizas.

Lo que hace que un lugar o una casa sean entrañables es, sin duda, que hubo -o hay- personas en ellos que, de algún modo, han determinado nuestras vidas.

Podemos tener recuerdos terribles, relacionados con un espacio físico, que desearíamos poder borrar y, en cambio, otros nos sirven como motor para seguir viviendo, nos empujan a continuar.

No es bueno aferrarse al pasado pero, de vez en cuando, debemos echar la vista atrás, siempre sin miedo, puesto que nos ofrece grandes lecciones de vida.

Para el campesino asturiano, el dolor por la pérdida del retrato, le provoca el miedo de que ese hecho signifique que vaya a perder sus recuerdos. Pero eso no es cierto: el cuadro, y sus padres retratados en él, ya forman parte de su mente y su corazón, por lo que seguirán viviendo, de forma nítida y clara, de una manera imborrable y permanente. Para siempre.

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