El pasado día 17 se celebraba la Jornada Mundial del Emigrante y el Refugiado. Uno de los retos que planteaba el Papa en su mensaje es pasar de una mentalidad asistencialista a otra que promueva de forma más activa la integración del refugiado y el inmigrante como sujeto con derechos y deberes. El extranjero está obligado a abrirse a la cultura de la sociedad que le acoge, pero también esta puede enriquecerse con las aportaciones de quien llega.

Junto a la acogida a refugiados e inmigrantes, la Iglesia en España tiene como gran prioridad la integración de estas personas. Los obispos quieren que las parroquias estén en vanguardia y que faciliten la máxima implicación del inmigrante en la sociedad. Nadie dice que sea fácil, pero de esto va a depender que las migraciones se conviertan en un factor de desestabilización social o bien de enriquecimiento para las dos partes.

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