Es verdad que la respuesta de los partidos a los problemas de corrupción ha sido tardía y no ha ido a la raíz del asunto. Pero justo ahora, cuando se plantea la necesidad de pactos entre los partidos llamados a gobernar, se ofrece una oportunidad de oro para lanzar una ofensiva conjunta en el marco de una legislatura de regeneración moral de la política.

Los repugnantes casos de Valencia no debieran ser una coartada para que la búsqueda de un acuerdo para la estabilidad y las reformas se ahogue en un discurso demagógico que nos llevaría otra vez a la feria de acusaciones mutuas, tan bien aprovechadas por los enemigos de la unidad y la convivencia. Los corruptos deben quedar para siempre fuera de la política, además de someterse a todo el peso de la ley, pero estoy convencido de que los grandes acuerdos son ahora más necesarios que nunca, para llevar la bandera de la transparencia y ganar la confianza del electorado.

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