Así se titula la llamada desesperada de los padres de Victoria, de tan solo siete años de edad y enferma de leucemia mieloide aguda. Necesita urgentemente un trasplante de médula, ya que no tiene hermanos y la de sus progenitores no alcanza el grado necesario de compatibilidad. Tratan de concienciar a la gente de que donar médula no es doloroso, que basta con una muestra de sangre o de saliva para formar parte del banco de donantes y en caso de resultar compatibles, disponer de la inigualable satisfacción de regalarle vida a su hija.

Al leer la noticia en la prensa y fijarme en los ojos esperanzados y llenos de ilusión de esta familia de Santa Cruz he roto a llorar de emoción, al igual que ahora que escribo estas líneas, sin dejar de preguntarme dónde se sitúan los límites de la crueldad del destino. Hace algunos años él también me convidó a atravesar el fuego, sin miramientos y de repentino sopetón, en un proceso similar a la desgracia que sufre ahora la pequeña Victoria. Se me quiebra el alma al pensar que si yo con apenas treinta años no supe encontrarle una explicación ¿qué puede pasar por la cabeza de una niña de siete? Admiro su entereza, su coraje por derrotar a la enfermedad y regresar a esa niñez que nada debería arrebatarle. Brava guerrera, Victoria.

No puedo más que desear que esta familia consiga ese donante que tanto precisa, animar a médicos y personal sanitario a que sigan con la impagable labor que realizan, y recordarles a todas las personas que quizás, alguna guarde consigo la llave de la solución para Victoria.