Parafraseando el poema titulado Ellos vinieron, de Martín Niemöller (erróneamente atribuido a Bertol Brech) en estos días podríamos escribir: "Cuando ellos vinieron a expulsar a los emigrantes yo no dije nada porque yo no era emigrante". Pero podríamos añadir mucho más, podríamos decir que cuando ellos vinieron a insultar, ridiculizar, golpear, dejar morir de hambre y frío?, yo no hice nada porque yo no era emigrante. Tremenda hipocresía porque todos somos emigrantes de África. Pero no solo nuestros antepasados fueron emigrantes, ¿quién no ha cambiado de casa, de colegio, de amigos, de amores, trabajos, de ciudad o de país? Sin embargo, no nos reconocemos en esas personas que llegan desesperadas en pateras a nuestras costas, o que caminan miles de kilómetros para llegar a lo que ellos creen que es la tierra prometida. Nuestra empatía no va más allá de un ligero suspiro mientras vemos sus imágenes en la tele, pero si no conseguimos defender y alzar la voz por lo que está pasando con esta gente nos puede pasar lo mismo que termina diciendo el poema de Niemöller: que cuando vengan por nosotros ya no quedará nadie para protestar.

Me sigue alarmando que llenemos teatros y campos de fútbol para ver nuestro espectáculo favorito y seamos incapaces de aunar nuestras voces para protestar y mantener nuestra mirada sobre las miles de personas que a diario huyen de sus países por riesgo de muerte, huyendo del hambre y sin que nadie les ayude, siendo confinados en campos de refugiados similares a los denostados campos de concentración. Pero peor aún que no querer mirar, es hacerlo con absoluta indiferencia. Confieso que miro y oigo las noticias sobre las condiciones y vejaciones a las que se ven sometidos los emigrantes y rara vez escucho entera la noticia porque cambio de canal o emisora. Estamos empezando a ser inmunes a la barbarie con los otros sin darnos cuenta que, en muchos casos, hemos sido los causantes de su situación.

Aunque pronunciadas en un contexto diferente, (pero similares en sus raíz xenófoba y racista) pienso en la vigencia de las palabras de Martin Luter King a un enviado de Bob Kennedy, cuando le dice que los miembros de esta generación tendremos que lamentarnos no solo por las palabras y los actos de las malas personas, sino por los clamorosos silencios de las buenas.

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