Como ya dijimos en otras ocasiones, las cofradías de Monipodio y de su alter ego el londoner Fajín elevadas a los altares de la política más diversificada y territorial. Un país esta España, tras las últimas confesiones de David Marjaliza, digno de un estudio sociológico profundo dentro de los comportamientos tanto de la clase política como de una sociedad engañada, al parecer por consentimiento y gusto.

Las desproporciones corruptas que cada día hacen su aparición, y que en otros países serían motivo de escándalo con el consecuente e inmediato apartamiento de culpables activos o silenciosos, aquí todavía y para mayor vergüenza e indignidad, suelen repetir cargo con una mayoría de votos que sitúa a una sustanciosa parte de la ciudadanía española a la cabeza de la necedad y la estupidez. Partidos y líderes, ya contrastada su participación en unos hechos de corrupción multiforme, y encausados dentro de una justicia estratégicamente lenta, provista asimismo, y desde las alturas gubernamentales de escasos recursos, continúan en sus puestos con el beneplácito de un electorado fielmente ramplón. Por otro lado esos líderes de ambos géneros tienen la desfachatez de tratar de enmierdar a agrupaciones políticas nuevas sin motivo alguno justificado, únicamente mediante argucias y conjeturas espurias, con la finalidad de descalificar a los nuevos en la intención sucia de que todos somos iguales, y sin ni tan siquiera arrepentirse ni señalar con el dedo a los innúmeros culpables propios, tratando con eufemismos de justificarles de mil y una maneras.

Un país de traca y pedorreta que jamás ha sabido despojarse de la picaresca, sino que la ha elevado como antes decíamos, a los altares de la política de todo trapo y paraguas roto que no cubre ni protege. ¡Vamos, un país indigno!, pensamos en A Taberna do Croio, de permanecer al lado de nuestros vecinos y compañeros del club europeo. Debieran desde Bruselas amenazarnos con la expulsión si no tomamos como sociedad las medidas adecuadas para poner fin a tanto escándalo y desvergüenza. Las urnas del 26 de junio debieran convertirse en justicia verdadera y demoledora ya que la justicia oficial no es consecuente.