Estamos leyendo, estos días, datos sobre el número de personas fallecidas en el mar Mediterráneo que nos deberían hacer reflexionar muy seriamente si estamos haciendo bien las cosas que hacemos, o por el contrario, nos hemos convertido en meros espectadores de una tragedia humana que, desde el punto de vista de un ser meramente racional, no debería tener ocurrido, y si sucedió, habría que haber puesto todos los medios a nuestro alcance para que tales sucesos no se volvieran a repetir.

Cerca de mil quinientas personas que han perdido la vida, en su mayoría, por escapar de la muerte segura en sus respectivos países, a consecuencia del hambre, o la guerra que se sufre en ellos, es algo que, a una sociedad del siglo XXI, tendría que hacernos reflexionar muy seriamente, y sobre todos a aquellos como yo, que soy hijo de emigrante, que también se vio en la imperiosa necesidad de marcharse como polizón cuando contaba con dieciséis años y veía cómo en su familia, junto con otros cientos de personas que vivían en su misma localidad, pasaban todo tipo de necesidades, a mayores de la más esencial de todas ellas, como era el hambre.

En el conjunto de esas mil quinientas personas fallecidas, se encuentran seres humanos de todas las edades, hombre y mujeres, jóvenes y ancianos, que muchos de ellos dieron gran parte de su vida para mejorar la situación de todos aquellos que les rodeaban, y en definitiva de su país, hasta que llegaron los padres de la patria, que no saben hacer otra cosa que robar a todos aquellos que más lo necesitan y hacer la guerra, porque en lo que los han educado es la violencia y el odio hacia aquellas personas que consideran que no son de su misma condición.

Los datos oficiales apuntan la cifra de mil quinientas personas en lo que va de año 2016, pero yo me hago la siguiente pregunta: ¿es que los que vienen en esos cayucos, lanchas de goma, y cualquier otro artilugio que en principio flote sobre las aguas del mar, han solicitado el correspondiente permiso para llevar a cabo la ruta desde África a Europa? Seguro que la respuesta es: ¡no! Por tanto, cuántas otras semiembarcaciones se habrán podido hundir en el Mediterráneo, cargadas hasta el palo mayor, sin que nadie sepa nada de ese transporte, y se hubieran ido al fondo del mar, con todos sus tripulantes pasando a mejor vida que la que tenían en su país de origen. Seguro que varios cientos, que a los efectos estadísticos no computan, y por tanto no están contabilizados en esos mil quinientos seres humanos que han perdido sus vidas por pretender vivir como personas, simplemente como seres humanos con alma, y no como aquellos negros de los siglos XV en adelante, que las naciones llamadas civilizadas, entre ellas España, y la propia Iglesia Católica, conceptuaban de esa manera a los esclavos negros que se transportaban como ganado desde África a América.

Países colonizadores del continente africano, devolvámosles lo que durante muchos años les hemos robado, aunque tan solo sea la dignidad para vivir como seres humanos.

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