Uno de los recuerdos imborrables de la niñez no es otro que el de ver a aquellos ancianos charlando distendidamente en la plaza o el parque para, al final de la conversación, acabar haciendo referencia al manido por su repetición "dónde vamos a parar". Lo cierto es que cuando uno es joven no le preocupa en demasía, y lo achaca a esos fatigados ojos que tanto han contemplado de la llamada tercera edad, pero así como se insistió cuando éramos pequeños hasta la saciedad en que los coches volarían allá por el venidero año 2000 con desilusionante resultado, todo aquello que vaticinaban nuestros mayores parece que, lamentablemente, puede convertirse en realidad.

La escalada de violencia acapara todo el panorama de la información diaria, da igual que se trate de noticias nacionales o internacionales, se plasma de manera reincidente y en sus más diversas y aterradoras versiones.

Agitación social y tiroteos por cuestiones raciales entre afroamericanos y la policía en EEUU, envío de tropas americanas hacia Sudán del Sur a su sangrienta guerra civil, el conflicto de Siria, Irak, Afganistán, la constante amenaza de Corea del Norte y sus probaturas atómicas? El autoproclamado Estado Islámico impone su razón sembrando el horror y la masacre, Boko Haram pasea por África su imposición secuestrando y violando mujeres rifle de asalto en mano, el inacabable y tu más entre palestinos e israelíes?

¿La Eurocopa de fútbol una competición deportiva? No, pasará a la historia por las peleas y destrozos de los hooligans que la dinamitaron por las calles de las ciudades francesas. La inconcebible violencia de género día sí y día también, la homofobia y su injustificable persecución, citaciones entre adolescentes a través de las redes sociales para molerse a palos, bullying escolar, abandono y maltrato animal?

Y una lista de sucesos violentos tan interminable que haría sonrojar a cualquier ser extraterrestre que viniese a ver cómo nos desenvolvemos los humanos.

Pero ¿de quién es la culpa? ¿De la sociedad de consumo insaciable que acabará con los recursos esenciales y su inminente protección por parte de las distintas potencias mundiales? ¿La diversidad de ideologías y religiones? ¿De la maléfica selección natural? ¿De qué?

Sí, mucho me temo que la violencia escala inexorablemente, sin vuelta atrás, y se muestra engendrando lo que solo ella misma puede, abocándonos hacia el vacío de la respuesta a la pregunta de dónde acabaremos.

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