"Se ha suicidado", "es imposible, su Instagram estaba siempre lleno de fotos en las que se le veía muy feliz". Y a esto podríamos añadir: "y además llevaba una vida espléndida, tenía un trabajo genial, viajaba mucho, hacía deporte, estaba sano, estaba de maravilla con su pareja, que por cierto, era súper guapa, tenía un cuerpazo, estaba muy feliz con él, hacía mucho deporte, se cuidaba un montón y comía súper equilibrado". La vida que llevamos en el S. XXI en general, las redes sociales en particular e Instagram específicamente, están creando una hipernarcisficación de la realidad, si se me permite el palabro. La gente vive -o más bien, prepara el escenario- para sacar una foto y colgarla en Instagram, y así mostrarle al mundo lo feliz/guapo/rico que es. Pero nunca se sabe lo que hay por detrás. El error es que a partir de ese átomo de tiempo, extrapolamos toda una vida. Una vida que puede ser una mierda. Y que aunque no lo sea, nunca será tan perfecta como la que sale en la foto. Porque la realidad siempre tendrá momentos tensos, siempre tendrá problemas, siempre tendrá desgracias, siempre tendrá facturas que pagar, y siempre tendrá noches sin dormir... es pura estadística. El caso es que no hay un solo Instagram el que se muestre a gente "normal" llevando una vida "normal"... todo es optimismo, felicidad, alegría... y lujo. Al apagar la cámara podemos estar solos en el mundo, no llegar a fin de mes -en parte porque nos hemos gastado 800 euros en un móvil que saque buenas fotos-, tener trabajo explotador y mal pagado, o comer salchichas con arroz todos los días para poder pagar esa operación estética que "tanto nos hace falta". Pero el caso es ese: que en las fotos todo salga perfecto; y si no, le metemos un filtro o le pasamos el instabeauty y listo. El problema de todo esto es que, por una parte, la gente está viviendo una mentira que se cimienta sobre unos cuántos píxeles que se desmoronarán de un momento a otro, y que, como cualquier otra droga, van a hacer que la persona repudie realidad y se refugie en la utópica fantasía de la red social. Y por otra parte, la gente que sí vive en la realidad, que no tiene tiempo para ir al gimnasio, a la piscina, o para crear todo un escenario/maquillaje/vestuario para estar idílico, estará frustrada y depresiva por no entender por qué se valora una vida de plástico y celofán en vez de la vida real; por no encajar en esa pantomima y sentirse un outsider al ser coherente y veraz. Lo peor es que muchos sucumbirán a esa presión grupal y acabarán sumergiéndose en la mentira de la superficialidad, del instante, del optimismo de pegatina, frágil y sin profundidad; caminando derechitos hacia la tragedia abisal de un trastorno mental.

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