Mariano Rajoy ha ganado tres citas electorales consecutivas desde su llegada a la candidatura de presidente por el Partido Popular, este hecho es innegable. La primera con una mayoría más que amplia, pero ¿y la segunda?, ¿y la tercera?.

Se sabe que en su segunda cita no cosechó su ansiada mayoría, motivo por el que en redonda negativa le dio un no por respuesta a Felipe VI para no someterse al "bochornoso" proceso de investidura que le esperaba. Tuvieron que ser Albert Rivera y Pedro Sánchez quienes desbloquearan la situación, aún a sabiendas de que Pablo Iglesias casi seguro les iba a dar calabazas. Aunque es fácil hablar desde la distancia que impone la cronología, fue un craso error, porque fue la vez que más cerca se ha estado de desalojar al inquilino del palacio.

Tras este pequeño periplo llegamos al tercer encuentro con las urnas, una vez más gana, pero como el perro del hortelano, ni come ni deja comer. Hace un llamamiento al "patriotismo" (ese en el que se es más patriota cuanto más se viaja a Suiza) y a la responsabilidad al PSOE, llevándolo a la parálisis y práctica desaparición. No es que el actual inquilino del palacio del primer ministro de España no tenga bastante con ganar sus elecciones a pesar de múltiples corrupciones, y no me refiero a las de la carne, si no que como no puede hacer lo que le viene en gana, exige un supuesto compromiso de gobernabilidad que le asegure una cómoda estancia en su castillo durante otros cuatro años, cuando en realidad lo que está es deseando llegar a la siguiente parada electoral para alzarse invicto y decirnos una vez más que son el partido de la moderación y la estabilidad, pero que como Atila, a expensas de aniquilar la hierba para que no vuelva a crecer.

Escuece, por no decir que es hilarante, que nadie sea capaz de decir que el único culpable del bloqueo en el que nos hallamos inmersos es él. El escarceo de la sultana de Sevilla a Benavente y la numantina resistencia en Ferraz da para un cantar de gesta aparte.

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