El Padre Domingo Martín, salmantino del 37, fue mi profesor de Filosofía en lo que entonces llamaban tercero de BUP. La mejor lección que me dio no figuraba en el plan de estudios de aquel año, 1993. Corría el mes de mayo y el final de la 17ª etapa de La Vuelta a España coincidía con una de sus clases. Final en alto, Lagos de Covadonga, háganse cargo. Con dos suízos luchando por la victoria final a solo cuatro días de la conclusión de la prueba: Tony Rominger y el joven Alex Zülle (ONCE). Y con Pedro Delgado (mi ídolo muy por delante de Indurain), sin opciones en la clasificación general pero dispuesto a conseguir una última gran victoria, ya en el ocaso de su carrera.

Insisto, pónganse en mi lugar: yo era un buen estudiante orientado hacia las letras. Me gustaba y se me daba bien la Filosofía. Y aquella clase con el Padre Domingo en la sobremesa del miércoles, 12 de mayo, era como un grano en el culo. Así que, lo confieso, provoqué mi expulsión del aula cuando aún no eran ni las cuatro y cinco de la tarde, junto a un compañero/cómplice que hoy vive lejos de Galicia. No hicimos nada grave, no crean: nos limitamos a no dejar de hablar, ignorando las sucesivas llamadas de atención de nuestro profesor. "Os veo un poco inquietos de más, muchachos. Salid al pasillo un rato y que os dé el aire", nos dijo el padre Domingo. Obtenida la coartada que buscábamos, salimos como alma que lleva el diablo en dirección a la pantalla de televisión más próxima: la de la cafetería en la que nos pasábamos los recreos jugando al billar.

Aquella fue una gran etapa que ganó el colombiano del Seguros Amaya, Oliverio Rincón. Rominger entró segundo en meta, a un minuto y quince segundos, con Zülle en tercer lugar pegado a su rueda. A uno veintiséis llegó Delgado y ya no tentamos más a la suerte. Regresamos a toda carrera al colegio para estar donde debíamos cuando sonase el timbre. Recompusimos el gesto y, cuando el Padre Domingo abrió la puerta, me acerqué a él para expresarle lo arrepentido que estaba por mi comportamiento. "No tengo la menor duda, hijo", respondió. Y, agarrándome por el brazo para que me acercase un poco más a él, añadió en un susurro: "Los Lagos son sólo una vez año". Después se alejó por el pasillo con la casulla blanca que vestía siempre en señal de su compromiso con Dios, sin volver ya la vista atrás. Asistí con normalidad a sus siguientes clases, y ambos nos comportamos como si aquello jamás hubiese sucedido.

La Vuelta del 93, que terminó en Santiago porque era año Xacobeo, la ganó Tony Rominger con 29 segundos de ventaja sobre Alex Zülle. El podio lo completó otro de mis favoritos, el gran escalador bejarano Lale Cubino, pero ya a casi nueve minutos de los dos corredores suizos. El Padre Domingo Martín López pasó de la muerte a la vida de los que creen en el Señor Jesús el pasado 27 de septiembre de 2016 a los 79 años. Era uno de los últimos hombres buenos de los que tanto aprendí cuando era (aún) más tonto que ahora. Descanse en paz.