Cada nueva tregua invernal se convierte en un obstáculo que no consigue detener la sangría de muertes en la calle a causa del frío o las enfermedades. El cadáver de un sin techo que supuestamente se cobijaba en los sótanos del Millenium acaba de ser descubierto en nuestra luminosa ciudad cuando el Albergue no se encuentra a más de 1000 metros de dicho lugar. Estamos en un país donde cada cinco días muere un sin techo a veces en el más absoluto abandono sanitario; en una sociedad que cuenta con los medios suficientes para evitarlo.

Como plan de futuro, la solución no puede seguir siendo un plato de comida, una cama temporal y una ducha semanal. Sino más bien un modelo de inclusión basado en el acogimiento durante las 24 horas y con un acompañamiento social adecuado. Toda vez que la falta de un techo es premisa ante necesidades vitales como la salud, es evidente que nos encontramos ante un círculo cerrado que se auto alimenta -llama la atención por otra parte de que el número siga aumentando ante un fenómeno como son los desahucios-.

La gente sin hogar resulta molesta en la sociedad de hoy, que con frecuencia le tilda de delincuente y le etiqueta de escoria. El Observatorio de Delitos de Odio al Sin Techo llama la atención sobre ello, con más de un 80% que ha sido víctima ocasional de delitos de aporofobia, lo cual deriva con frecuencia en agresiones físicas e incluso en el asesinato. La aporofobia -calificativo con el que se le etiqueta este delito- viene a definir así la hostilidad expresada contra el sin techo engrosando la cifra de delitos de odio del Ministerio de Interior.

A este discurso se le une en ocasiones -por contradictorio que resulte- las propias identificaciones, vejaciones y agresiones que la policía lleva a cabo con la población sin hogar agravando los componentes de invisibilidad y creando las condiciones del estigma social que padecen. Lo que convierte tantas veces a la víctima en culpable.

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