En la Antigua Roma, cuando un emperador sustituía a otro, al cargo entrante le faltaba tiempo para eliminar de las calles todo aquello que pudiera recordar a sus ciudadanos el periplo del emperador saliente, desde bustos a nombres de plazas, más allá de la discutible conveniencia de su acto a juzgar por los méritos realizados por parte de aquel en favor del pueblo, amparado éste en el sempiterno e infranqueable, es que ahora mando yo.

Trasladado a nuestros días pasa justo lo contrario, donde en el manido debate siempre se acaba por desmerecer esa relativa importancia de tal sutil cambio hacia aquellos que lo sugieren, haciendo hincapié en la falta de prioridad a otras necesidades de mayor relevancia para parte de la ciudadanía, más allá de si resulta sencillamente normal y aceptable, seguir llamándole a una avenida con el nombre de un personaje histórico de más que dudosa reputación.

Pero hete que aquí parece no ser viable aparente desacuerdo, ya que en esta esquina relegada de España y de nombre Galicia parece que hemos dado con la tecla para no sumirnos más en el pozo del olvido, o por lo menos seguir intentándolo, sumando al nombre del aeropuerto de la capital santiaguesa el de la escritora más importante de toda nuestra historia, la incansable defensora de los sufridos campesinos y marineros, Doña Rosalía de Castro.

¿Qué mejor referente para explicarle al mundo la idiosincrasia del pueblo gallego? ¿Quién describió como ella ese triste cielo gris al que tanto lloramos cuando lo sentimos lejos de nosotros? Morriña en un aeropuerto gallego, al llegar o al partir, como quien dice hola o adiós a los ríos y a las fuentes. Simplemente, noso.

Cada avión que aterrice recordará su nombre, despertando la curiosidad de más de un visitante que quizás se interese por su persona, por quién fue esta gran poetisa, e incluso más lejos, por nuestra lírica galaico portuguesa, tan importante en el desarrollo de la cultura gallega y a su vez tan desconocida por el gran público.

El próximo día veinticuatro de este mes se cumplirá el ciento ochenta aniversario del nacimiento de Rosalía de Castro, marco incomparable para tan acertada propuesta, reiterando la necesidad de mostrarnos vivos y latentes aquí, desde este final de la tierra, que ahora vuela alto en avión cual ave, pero todavía en locomotora de vapor sobre los raíles del tren.

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