Cada vez que voy de compras me siento más frustrado. Como todo el mundo, me siento atraído por esos carteles que anuncian descuentos estupendos desde los escaparates y estanterías. "Hasta un sesenta por ciento de descuento", anunciaba ayer una conocida cadena de juguetes. Entré en la tienda con la intención de comprar un regalo, pero no había descuentos en nada. Bueno sí: encontré un robot con un cinco por ciento. Pregunté a la encargada y me dijo que sí había descuento del sesenta, -en las pegatinas de aquella estantería- me indicó. -¿Y algo más?- No me supo contestar. Se encogió de hombros y seguro que se acordó de mis muertos. Me fui con la sensación de que alguien me había tomado el pelo.

Dos día antes encontré en una web un artículo a un precio interesante y me acerqué al establecimiento para comprarlo. Tenían el artículo, pero no a ese precio: Cien euros más caro. Le enseñé la oferta de la web con la recomendación de preguntar stock en tienda. El chico, al comprender el marrón, me dijo que vale, que a ese precio, pero tenía que ser el de la exposición. Lo pagué y una vez abonado leí en un cartel: Descuento del 20% adicional para artículos de exposición. Se negaron a aplicarlo. Con un par. Pedí la devolución y adiós... O te ofrecen en grande un precio si compras dos unidades de algo, pero ese precio es de la segunda unidad, la primera cuesta el doble, pero lo pone en pequeño...

El uso generalizado de estas técnicas baratas comienza a cansar: no tratan de interesarnos con ventajas reales o precios sin competencia, o seducirnos con inteligencia, tratan de confundirnos, de atraernos y que piquemos como idiotas. Es solo un engaño, es el marketing de la confusión. Da pena ver grandes almacenes de gran tradición meterse en este fango carente de ética. Luego se publicitan como empresas de prestigio, pero los profesionales compiten y triunfan sin necesidad de engañar a nadie.

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