Desde los primeros pasos, interiorizamos la lección progenitora de caminar por la vida casi de manera automatizada, pie sobre pie intercalándose sin mayor inquietud que la del lejano devenir allá en el futuro, sobornando aquí en el presente a la propia conciencia para que nada pueda detenernos y condenando, si es preciso, al anónimo prójimo ante la disyuntiva de que eso tan nocivo pueda sucedernos a nosotros mismos.

La desgracia no se prevé ni se desea como compañera de viaje, faltaría más, y todo aquello que oscila entre marchar medianamente bien y rematadamente mal se lo ofrecemos al de enfrente, dando por hecho que tras el temporal siempre saldremos a flote, y que lo de los barcos hundidos son para el hijo del vecino, jamás para mí, o yo triunfante ganador sabelotodo.

Pero ¿qué ocurre cuando de repente la línea de flotación se va a pique? ¿Cuándo el médico nos transmite los fatídicos resultados de esa prueba cambiándonos el paso de la vida? ¿O si desaparece la ilusión, tras fallecer ese ser tan querido o al perderlo absolutamente todo? Olvidamos con lamentable frecuencia que aquello que no puede acontecer convive peligrosamente cerca, empujándonos con un leve suspiro del azar a sumirnos por el sumidero de la existencia.

Y es que obviamos que fue el destino el que condenó al vagabundo, que ninguno de ellos nace para serlo o elige vivir tirado en la calle, más allá de la opinión de los escépticos que afirman que es esa su condición al declinar los albergues de acogida. Tal vez sea el riesgo de exclusión social lo que atenaza sus facultades, su mente, pero también lo que les empuja a no claudicar a esa libertad innata como individuo, y por ende a su mayor tesoro, el no renunciar jamás a su propia dignidad ante los ojos de los demás.

Porque sí, existen, y forman parte de todo el entramado social en el que convivimos, más allá de la multitud de pies que pasan por delante ignorándolos, observándolos de soslayo, pensando "eso nunca me pasará a mí".

¿Se imaginan caminar todo el día con sus pertenencias para no ir a ningún sitio? ¿Cómo avanzan las horas del día y ninguna te encamina a una vuelta al hogar? Ardua propuesta la de ponerse en su piel, pero por más que cueste creerlo, mañana podemos ser cualquiera de nosotros.

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