Olvidamos con lamentable frecuencia que el civismo, más si cabe en una urbe donde conviven miles de personas con sus virtudes y carencias relativas a la educación, es tarea de cada cual en cuanto uno pone un pie fuera de su espacio privado, justo allí donde esa bendita calle, como recuerda el dicho con sapiencia, es de todos.

Más allá del ejemplo que ofrecemos a los que debido a su corta edad todavía caminan por el periodo de personas en formación, parece no preocupar en demasía el desorden y la falta de limpieza tan tristemente cotidianos, que abarca desde envoltorios de toda clase por doquier hasta secreciones pectorales, pasando por chiches convertidos en manchas negras pegadas al pavimento y colillas de cigarro como si el suelo de la ciudad fuese un enorme cenicero.

Pero hete aquí que cabe hacer mención especial a aquello que, por desgracia, alguna que otra vez hemos portado en la horma de nuestros zapatos, justo eso en lo que estarán pensando, las deposiciones caninas tan vergonzosamente reconocibles en cada acera de, a buen seguro, cada distrito o barrio.

¿Es culpa de los perros? ¿De los animales incapaces de razonar? Podríamos pensar que así es al ver o pisar sus recuerdos escatológicos, cuando nos acordamos de ellos con aspavientos y jurando en arameo, pero lo cierto es que a firme lógica, no son los canes quienes pueden y deben hacerse cargo del inexorable desaliñado fisiológico.

Ni tan siquiera los dueños, ya que nadie debería ser dueño de nadie. A mí me gusta más llamarles compañeros responsables, tanto de su cuidado y necesidades veterinarias como de su entretenimiento, preocupación por estado de ánimo y calidad de vida. Pero lo que ocurre en demasiadas ocasiones es que precisamente esos que se autodenominan "dueños del animal", son los primeros a los que el paso del tiempo ha convertido a sus amigos caninos en verdaderos incordios, debiéndose al castigo de sacarlos a la calle a hacer sus necesidades aprisa y corriendo, sueltos y a su aire, mientras éstos vigilan su móvil con toda su atención no vaya a ser que se pierden el último tuit del famosete de turno. Como para pedirles, convendrán, que recojan del suelo aquello que los demás pisaremos más tarde.

Se estudia por parte de los ayuntamientos la incorporación del ADN canino a una base de datos para localizar a los dueños infractores del buen y cívico comportamiento, con infructuosa respuesta hasta el momento, tan necesaria como recordar siempre que la culpa, puede ser de cualquiera menos del perro.