Hasta casi finalizado el siglo pasado, cualquier joven que iniciara su vida laboral en una empresa tenía la profunda convicción de que su andadura profesional finalizaría también en ella. Pero ya no es así, ninguna persona razonable tiene en su mente la perspectiva de que su discurrir laboral curse en una sola organización.

La sociedad actual se encuentra sumida en un cambio constante y, como consecuencia, tanto la comunidad como la familia son retadas regularmente en su conservadurismo. Nuevas formas de relación y convivencia, de estructuras políticas y empresariales, se presentan como equilibrios inestables de pretéritos desequilibrios. Todo lo que se anunciaba firme y monolítico ha mutado a líquido y sutil.

Cuando el cambio devenía pausado y predecible lo demás se presentaba como estático e inamovible; de ahí que determinados valores, formas de vida y relación, adquirieran la condición de inmutables. El período de aclimatación, siendo tan amplio, propiciaba la idea de seguir instalados en la vieja rutina.

El compromiso, entendido en una de sus acepciones por la RAE como obligación contraída, tendría como contrapartida la confianza de su cumplimiento. Pero el ambiente social actual nos empuja a preguntarnos: ¿Qué ha pasado con la confianza? ¿Qué es lo que ha ocurrido que cada vez confiamos menos?