No parece aceptar ni una sola objeción el categórico enunciado de las dos primeras etapas del llamado ciclo de la vida, es decir, nacer y crecer, que se muestran implícitas en toda forma de existencia y por concatenación a la propia condición del ser humano, una vez que aquella primera fase embrionaria se convierte en lícito partícipe de este gran entramado terrestre en el que todos giramos.

A continuación llegarán las dos siguientes, conocidas como desarrollo y reproducción, quizás mucho más condicionadas a la decisión que en su debido momento tomará cada individuo, sometido a la valoración de que de ella dependerá en gran medida su restante concepto entre vivir o sobrevivir, aceptando el verse abocado a la consecuencia que conlleva la óptima preparación como persona para, en primer lugar, enfrentarse a cada uno de los distintos ámbitos a los que deberá hacer frente, y por otra parte, dar cabida a una nueva estirpe que por siempre buscará el progenitor amparo de su entera dedicación.

¿Y qué ocurre con la quinta etapa del ciclo de la vida, con la muerte? ¿Qué se puede hacer en este país cuando uno quiere dar por finalizados sus días?

La mayoría de los grupos parlamentarios han votado a favor de que se admita a trámite la proposición de ley sobre muerte digna, dado que cada año más de cincuenta mil pacientes mueren sin cuidados paliativos de calidad y hastiados de ensañamiento terapéutico.

¿Y la regulación de la eutanasia y el suicidio asistido? ¿Se han tomado al fin en cuenta? Una vez más fueron tristemente rechazadas de pleno y tiradas al cajón de sastre de temas faltos de interés.

Queda la esperanza de atenerse a la práctica legal de la sedación al final de la vida, donde el paciente recibe la medicación necesaria para calmar dolores u otros síntomas llegando incluso a sedarse por completo, sin ser considerada tal acción como eutanasia, en la cual sí se busca directamente la muerte mediante fármacos aplicados a petición del paciente terminal, ni tampoco suicidio asistido, en la que se le facilitan los medicamentos para que sea el propio paciente quien se quite la vida.

Pero ¿no resulta demasiado frustrante? ¿Verse agonizando en el final del camino y ni siquiera tener la propia libertad de tomar una decisión?

Cabe recordar las palabras de Ramón Sampedro, cuando afirmaba que existe el pleno derecho a la vida, pero no la obligación de vivir a cualquier precio.

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