Llegado este día resulta complejo fijar la atención en el recuerdo, más aún si se tiene en cuenta la afortunada composición que este año forman el 1 de mayo a continuación de un fin de semana, el conjunto coloquialmente conocido como puente, del motivo por el cual esta fecha es una de las más aguardadas por su inevitable festejo, ya no solo a nivel patrio, sino como es por todos bien sabido, de manera internacional.

Parece no albergar ya ninguna relevancia, la lejana y encarnizada lucha de los trabajadores americanos por una jornada laboral de ocho horas en contra de la esclavizadora de dieciocho, la cual dejó varias víctimas y heridos en favor de la causa, ni tan siquiera las lamentables condenas a prisión o muerte en la horca que convirtieron a aquellos obreros en los llamados mártires de Chicago, declarándose desde aquel 1 de mayo de 1889 en adelante, el Día del Trabajador.

Pero en esta jornada señalada en rojo, ¿qué queda ahora de aquel alegato frente a la opresora situación? ¿Del obligado reconocimiento a las progresivas mejoras de los conocidos como mínimos, en la relación entre empresa y trabajador? Poco más que los varios cientos de valientes que no renuncian a manifestarse por las principales avenidas de los núcleos urbanos.

Y es que en los últimos tiempos se ha culpado a la inexorable crisis económica, esa santa crisis que convierte en justificable todo mal, logrando de la forma más mezquina que el asalariado trabajador renuncie a la prácticamente totalidad de sus derechos laborales, con tal de poder conseguir ganarse su necesario sustento y dando las eternas gracias por llevarlo a cabo realizándose como persona, recordando bajo el amenazante yugo como un mantra que si él así no lo quiere, desgraciadamente habrá cincuenta en la puerta que sí lo hagan. Menudo panorama para los que vienen detrás, que nadarán a contracorriente en la cuarta revolución industrial, la de los ciborgs, los robots y los neoempleos.

Los cuarenta y dos tipos de contratos laborales han logrado que las directrices de las empresas se impongan sin rubor sobre el trabajador, perjudicándole sin miramientos ni reparo, abocándole a condiciones de antaño y de los tiempos del blanco y negro de nuestros abuelos, engrandeciendo la sangrante brecha entre el poco salario que se gana por lo mucho que se ha de trabajar por ello.

1 de mayo, Día del Trabajador, que trabaja y muy a su pesar, solo puede dar las gracias.

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