El lenguaje de algunos parlamentarios, dentro de su zafiedad, tiene su lado positivo: deja muy a las claras lo que nos maliciábamos en relación a la catadura de los protagonistas.

No es que la sociedad actual -tan llena de nuevas tecnologías y de robots japoneses que saludan a altos dignatarios- esté sobrada de ingenio. Es como si al compás de los adelantos, se fueran retrasando las mentes y con el pulsar de las teclas y el reinado de los circuitos, las meninges se fueran reduciendo.

Y como, gracias al voto, nuestras Cortes son, o deberían de ser, el fiel reflejo de nuestra sociedad, es allí donde se hace más pública y notoria la falta de ingenio, por no decir su ausencia casi total.

De toda la vida, el chiste grosero, el lenguaje zafio, el relato obsceno, el insulto vulgar y la palabra procaz, han sido la prueba más evidente de la falta de ingenio, de la ausencia de ideas y de la vulgaridad argumental de quien usa ese.

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