A una persona que tenga un mínimo de empatía no le resulta difícil imaginar el dolor de una esposa que, al alba, la despiertan para comunicarle que el padre de sus hijos -que debería de estar a punto de retornar a casa después de una noche de trabajo- ha sido atropellado y muerto por un irresponsable que pensaba que lo importante de su vida era beber descontroladamente, sin reparar en las consecuencias posteriores al tener que conducir. De nada sirvieron las tibias advertencias de quienes le acompañaban para que tomara un taxi. Él, ducho en esas lides, decía que no pasaba nada, que se encontraba bien para conducir, y condujo? al cementerio a un policía local, a un esposo, a un padre de familia, a una buena persona que, como tuve ocasión de constatar, no dudaba en sacrificar parte de su descanso para ayudar a quien lo necesitaba; algo que ya nunca volverá hacer.

D.E. P. José Luis Garea ( Jose para familiares y amigos), y caiga sobre el culpable de su muerte todo el peso de la ley que le corresponda, porque, si es persona de honor, sobre su conciencia ya cayó para siempre una muy pesada losa que, en todo caso, nunca servirá como consuelo para el dolor de una familia.

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