En estos últimos tiempos en los que no se deja de hablar de las zanahorias, ya saben, como si anhelasen que fuésemos animales de carga olisqueándolas sin pensar en nada más, para no restarle meritorio protagonismo a su otro elemento del conjunto, adquiere el palo esa inagotable relevancia en su singular transcurrir a lo largo de la Historia.

Basta con cualquier medio de información para observar cómo las noticias, nacionales o internacionales, se suceden a diario con tono beligerante, solapándose sin rubor, como si el hecho no concatenase consecuencia y todo el mal implícito que pudiesen acarrear, en esta civilización tan moderna y avanzada, solo pudiera arreglarse a la manera antigua y nunca pasada de moda, del jarabe de palo.

Da lo mismo el motivo, político, religioso o territorial, nada de sentarse a hablarlo en pos de una solución pacífica, que va, y si se hace, quedará muy bien como paripé para la foto. Nos vendieron bien la moto de que éramos una aldea global, abajo las fronteras y el capitalismo, protegiendo nuestro medio ambiente y compartiendo de manera equitativa los recursos que fueran quedando, prósperos e iguales todos, cogiditos de la mano, hermanados y sonrientes como buenos seres humanos. Vaya una milonga, cuando la realidad imperiosa es que lo mío es mío y lo tuyo, es tu problema.

¿Que el castigado pueblo venezolano reclama liberación y una justa democracia? Respuesta gubernamental a base de palos y el resto del mundo mira hacia otro lado. ¿Que tú, Italia, permites que me entren a mí, Austria, emigrantes ilegales por nuestra frontera común? Ni hablar, envío tropas y palos para todos. ¿Tiranía en Corea del Norte? Ojo, que vengo yo con mi palo estadounidense y que nadie diga esta boca es mía. ¿Y un referéndum independentista en Cataluña? Se les recuerda que si hay que usar la mano dura se hará, sin mayores contemplaciones, sin medir el riesgo que supone lo poco que hemos aprendido en este país, de nuestro vergonzoso pasado a garrotazos.

Resulta desesperanzador, palos y más palos sin distinguirnos por el uso del raciocinio, dándole amargamente la razón a aquel viejo abuelo que afirmaba, cínico como nadie al abrocharse el uniforme, cuánto mejor eran los golpes que consentir el desorden.

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