Cuando una persona decidía aprender a tocar un instrumento allá por los noventa, lo realmente difícil era convertirse en autodidacta, pues si disponía de los medios para adquirir una guitarra o unos teclados, lo que escaseaban eran las partituras tabuladas, esas para carentes de nociones de solfeo. Siempre quedaba la posibilidad de no sucumbir al desánimo acudiendo a clases particulares, o no aburrirse demasiado pronto de los tres o cuatro manuales que había disponibles, repetidos sistemáticamente, en las sendas tiendas musicales que albergaba la ciudad.

Con la llegada de Internet el panorama cambió radicalmente. Hoy en día cualquiera de los llamados millennials dispone de miles de videos didácticos en la red, tutoriales con los que partir desde cero y clinics de maestros que explican acorde por acorde, dándose así por normal lo que ya no sorprende a nadie; aquello de que un chavalillo de Kazajistán y desde el ordenador de su casa, de la nada toque la guitarra como para hacerte brotar lágrimas de pura emoción.

¿Cabe pues la posibilidad de que ahora surjan mejores grupos musicales? ¿Con tanto talento y técnica como para lograr vivir de la música? La teoría nos dice que sí, pero la realidad se antoja bien distinta.

Amén de programas de televisión que los preparan como si fuesen productos prefabricados, dándoles según ellos, la oportunidad que de ninguna otra manera obtendrían, los nuevos músicos parecen abocados a los viejos problemas de siempre.

Verán. Después de alcanzar un nivel aceptable, el neo músico decidirá montar su propia banda, buscando colegas en su misma sintonía. Tras ponerse todos de acuerdo sobre el nombre y el estilo musical, lo cual no es siempre sencillo, buscarán un local de ensayo. ¿Toca pagar? La mayoría de veces sí, y tanto, así como aflojar por la insonorización, parches de batería y demás imprevistos. En cuanto haya cinco o seis temas y un par de versiones querrán lanzarse al gran salto, dar bolos por ahí para que la gente sepa quiénes son y lo que hacen. ¿Toca pagar? Pues claro, alquilar una furgoneta donde trasladar el instrumental, su correspondiente gasolina y peajes, además de que en la mayoría de las salas de conciertos, de una u otra forma, acabarán pagando para poder tocar. ¿Editar una maqueta? Apoquina estudio de grabación.

Y después de todo esto, ¿quedará algo más que un me gusta en las redes sociales, tras escuchar a lo sumo, veinte segundos de alguna de sus canciones? ¿Es así rentable un grupo musical? Sin padrino parece no haber película, salvo el consuelo de darle salida al arte que cada uno posea, antes de que muera aniquilado por desuso.

LA OPINIÓN publica opiniones de sus lectores, así como réplicas y sugerencias de interés general que sean respetuosas hacia las personas e instituciones. Las cartas pueden ser enviadas a LA OPINIÓN por vía postal (C/ Franja 40-42 15001 A Coruña), por fax (981 217 401) o por correo electrónico/cartasaldirector@laopinioncoruna.com). Deben tener como máximo 20 líneas e incluir nombre, apellidos, DNI, domicilio y teléfono de contacto. LA OPINIÓN se reserva el derecho a extractarlas.

Cláusula Legal: LA OPINIÓN A Coruña S. L. (C/ Franja, 40-42, 15001, A Coruña), le informa que sus datos de carácter personal facilitados en este formulario de cartas al director, serán incorporados a nuestros ficheros y tratados automatizadamente. De acuerdo a la L.O.P.D. 15/1999 (Ley Orgánica de Protección de Datos), vd. podrá ejercer su derecho de acceso, rectificación, cancelación y oposición conforme a dicha ley. El titular de los datos se compromete a comunicar por escrito a la compañía cualquier modificación que se produzca en los datos aportados.