No son bayetas, estropajos, cepillos o fregonas con las que realizar tareas de limpieza; no son muñecas, pelotas de tenis ni peluches para el entretenimiento; no son bastones, barras de apoyo, barandillas ni muletas fabricadas en serie; no son robots de cocina, máquinas lavaplatos, exprimidores de zumo ni bandejas para el desayuno elaboradas en plástico o madera; no son lavadoras, tendales ni tablas inertes diseñadas para planchar la ropa; y, por supuesto, tampoco se trata de material sexual a disposición de las necesidades de la casa. Aunque por desconsideración y frialdad emocional haya quien, poco más o menos, pueda considerarlas como utensilios de trabajo, son personas (en su mayoría mujeres) cuyo empleo consiste en desarrollar tareas del hogar o prestar atención domiciliaria a quienes tienen limitaciones o incapacidades. Efectos de una arraigada cultura de depreciación social que se traslada con absoluta naturalidad de una generación a otra.

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