Durante toda la semana pasada hemos podido ser testigos de distintos actos de violencia y odio procedentes de la extrema derecha americana. Muchos opinan que la victoria en las elecciones estadounidenses del candidato republicano ha acomodado en la sociedad un sentimiento de odio y racismo que antes era severamente juzgado, pero que ahora se está normalizando. La radicalización de los sentimientos políticos podrían crear el escenario perfecto para una guerra civil, al igual que ocurrió en España con las elecciones de 1936. Y aunque duela admitirlo, la culpa fue de los aliados. Después de la guerra mundial con la caída del nazismo se prohibió todo tipo de simbología fascista en Alemania y se demonizó en el resto de países. Pero prohibir u ocultar la simbología no sirve de nada cuando no se lucha contra el sentimiento y situaciones que hicieron brotar tal ideología en primer lugar. Los aliados quemaron las esvásticas, pero olvidaron aprender la lección. Y así pues, al igual que ocurrió en Alemania hace 80 años, la llegada al poder de un líder populista y antisemita, hace que vuelvan a sonar los ecos de un nacionalismo que le acabaría costando la vida a millones de personas.

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