Maduro, tras la entrevista concedida a La Sexta, confesó haberse sentido como en un Guantánamo televisivo. Sin embargo, no se arredró. Encajó los golpes, esquivó las preguntas indiscretas y se pavoneó de su caché político al dejar entrever que seguirá concurriendo a las elecciones. Nadie escapó a los insultos de Maduro, tampoco Cáritas ni la Iglesia Católica, a las que acusó de conspiradoras y de estar contaminadas por la contrarrevolución.

Maduro no perdona y lleva semanas cargando contra la Iglesia. Lo que quizás no sabe es que por muchos insultos que dirija contra obispos y cardenales, la Iglesia no va a actuar como un contrapoder en Venezuela, sino que trabaja en favor de la reconciliación, de la libertad y la cohesión social, en un país destrozado por el despotismo del régimen.

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