La extrema derecha resurge, gana adeptos. Es un hecho. Aquí y en toda Europa. Amén de los que afirman que es el extremo contrario el que en realidad incrementa.

¿Motivo? Se desconoce. Unos lo llaman patriotismo exacerbado. Otros que se debe a la imposición de la supremacía racial, el veto a la inmigración, temor a la escasez de trabajo, la religión. El tema ultra en el deporte también parece servir como acicate. Particularmente, no le encuentro argumento sólido, sentido alguno.

Pero el verdadero peligro de este auge radica en la vuelta al pasado. En la historia que no se estudia y ya se sabe a qué está condenada. Mucho menos si solo se ve aquello que uno quiere ver. Como el que a estas alturas todavía niega el Holocausto nazi. O espeta que no fue para tanto. Incluso lo que es peor, que se hizo lo que había que hacer, comparando a su macabro líder con el mismísimo Dios. Vaya tela. Ahí lo juzgue cada cual, aunque la aseveración parezca calificarse por sí misma.

Existe, vaya si existe. Aquellas personas que como yo hayan tenido la ocasión de visitar el campo de concentración de Auschwitz, en Polonia, convendrán conmigo que jamás se les olvidará. Con el paso de los años uno puede llegar a tener un vago recuerdo de algún lugar en el que ha estado, pero Birkenau se le queda incrustado en el alma hasta el último detalle. Pese a estar suavizado para los viajeros, las caras con las que los visitantes nos mirábamos aquella fría mañana no albergaban la menor duda, así como el sepulcral silencio en la más de una hora de bus de regreso a Cracovia. A más de uno se le aguaron los ojos con lo que allí pudo ver. Ante el aura de energía tan baja y siniestra que se respira. Ante las vías del tren, las garitas, las alambradas. Miles de pares de zapatos, cientos de maletas, pelo amontonado. Los barracones, las celdas de castigo, los crematorios, los botes de Zyclon- B, la cámara de gas que aún queda en pie. Tan palpable como aberrante. Tan cruel. Definitivamente inhumano.

Por primera vez, parte de esa vergonzosa barbarie recorrerá el mundo. Más de mil piezas se expondrán en varias capitales bajo la llamada Auschwitz. No hace mucho. No muy lejos.

No lo dejen pasar. Quizás los libremente postulados en el extremo derecho del tablero, los que asomados no atisban el temible abismo del más que hipotético desenlace, encuentren cabida al menos al encogimiento de su corazón.

De no ser así, mucho me temo que ya no se halle latiendo entre sus huesos.

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