En pleno siglo XXI las personas se venden como mera mercancía. Barbaridad que parece sacada de los remotos tiempos de la isla de Goreé, en Senegal, donde barcaza tras barcaza partían rumbo al Nuevo Mundo atiborradas de hombres de color encadenados. De ese negocio sabíamos mucho los españoles, cuando incluso abolida la esclavitud, nos seguíamos sacando nuestros buenos doblones con el vergonzoso chanchullo.

Lo cierto es que aunque pueda resultar impopular, la venta de esclavos no debiera llamarnos la atención. Por desgracia, a esto y mucho más llega ese ser humano que a cada día que pasa, parece serlo un poco menos. La historia ya nos lo fue advirtiendo.

A lo largo de quinientos años los imperios del Hemisferio Norte se han repartido el planeta, hasta que a finales del siglo XIX, se colocaron por fin las banderas en todos los rincones de la Tierra. A día de hoy, los llamados neo imperios resultantes continúan localizados en esta parte del Mundo. EEUU, Europa y China, con tres estilos diplomáticos tremendamente diferenciados, se disputan el liderazgo de este recién comenzado siglo ante la atenta mirada de Rusia, Japón y la India, rivales a todas luces, incapaces de imponerse a ellos ni a nivel económico ni militar. Y en ese control absoluto de intereses geopolíticos de estos tres gigantes, que sin duda marcarán el devenir de nuestra era, hace tiempo que descubrieron que el Hemisferio Sur, no les resultaba del todo bienvenido.

¿Pero no es irrefutable que en las tres últimas décadas, con el dinero de estos neo imperios se construyeron autopistas en África? Por supuesto, con el pretexto de unir primero los pueblos y luego las ciudades entre los diferentes países, pero serán las mismas carreteras por donde desfilarán de vuelta una vez que hayan saqueado todo el coltán, ese mismo material con el que precisamente, fabricamos nuestros modernísimos móviles aquí en el primer mundo.

Porque es sabido que los países de acuerdo con su tamaño, estabilidad, riqueza y visión del desarrollo mundial se engloban en el primer, segundo y tercer mundo. Podríamos cantar el We are the world todos cogiditos de la mano, pero la cosa no es así de multicolor. Los autodenominados y enorgullecidos del grupo primero se benefician del orden internacional tal y como está, mientras los pobres e inestables del tercer mundo, no superarán jamás su situación de desventaja dentro de ese orden. ¿Y los segundos situados en medio? Pues serán evaluados por la mejora de sus respectivas capitales, donde llegaremos como turistas a un aeropuerto convenientemente equipado, sacaremos dinero en bancos con cajeros automáticos y disfrutaremos de buenos y cómodos hoteles. ¿Y el resto de ciudades de ese segundo mundo? Probablemente ni se visitarán, ni querrá saberse nada de ellas.

¿Acaso le importa algo al norte opulento su impacto medioambiental, la llamada huella ecológica? Jamás. La producción, competición y consumo seguirán a toda máquina ejerciendo presión sobre los derechos del sur, aunque con ello termine colapsando el sistema. ¿Sobriedad y sencillez voluntaria de cada individuo? No hay más que ver el Black Friday o el desmesurado consumo navideño para que se conteste por sí mismo.

Y mientras tanto, ante los portones cerrados del egoísta norte, las pateras de aquellos que buscan una vida mejor naufragan en el fondo del mar, como las mafias sacan ingentes tajadas de dinero, vendiendo a seres humanos en subastas como eso, mera mercancía.

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