Sin mentir un ápice relató estos días pasados Manolo Rivas cómo sobre los políticos de aquellos años de la transición pendía una espada de Damocles. La transición no fue un proceso tan modélico como muchos relatan y Rivas apunta acertadamente. Para nada. Los poderes del franquismo se resistieron a ceder sus privilegios y para ello no dudaron en sacar pecho con su dominio del mundo militar, económico y político.

Pero si eso es lo que sufrieron los políticos de izquierdas en general, una espada de Damocles pendiendo sobre sus cabezas, a otros, como a Domingos Merino, también se les puso una trampilla bajo los pies para asegurarse que en cualquier momento se les podía destruir.

Era honrado, era humilde, era de barrio, era,... era,.... Decenas, y no exagero, son los calificativos que se han verbalizado para definirlo y ensalzarlo pero todos los que han dicho verdades se han preocupado también de ocultarlas.

Porque verdad era que Domingos Merino era homosexual. Muchos dirán que ese circunstancia pertenece a la esfera privada ¡como si la sexualidad heterosexual no la exhibiesen todos los heterosexuales en cualquier momento y circunstancia de la vida!

Cuando entró en la Alcaldía solo hacía tres meses que había dejado de ser delincuente por ley y aún derogados ciertos aspectos de la Ley de Peligrosidad Social dando un respiro a gais y lesbianas (ya no podrían ser encarcelados, como les pasó a tantos, por el mero hecho de ser homosexuales) aún podían ser llevados a los tribunales en función de la Ley de Escándalo Público. Quiere decir esto que si un gay osaba manifestar públicamente su sexualidad como lo hacía un heterosexual con la suya, sería denunciado, juzgado y condenado.

Domingos Merino, por tanto, tenía pues, bajo sus pies una trampilla que podían usar sus enemigos políticos para destrozarle la vida. Y éstos no se atrevieron a accionar el dispositivo contundentemente pero repetidas veces le hicieron ver en medios de comunicación que tenían la mano agarrando la palanca que lo humillaría ante una sociedad en la que aún incluso muchos políticos de izquierdas eran homófobos.

Domingos Merino era gay y no debió ser nada fácil para él superar aquellos momentos tan difíciles con una lupa inquisidora puesta encima de cada gesto que pudiese hacer.

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