La gente al ir al cine no tiene la consideración de ser mínimamente educada con los demás asistentes de la sala puesto que se oyen ruidos de andar en el recipiente de las palomitas, susurros que oímos en plena reproducción y que alteran el silencio que se precisa para el visionado, ese que descorre las cortinas para entrar pero que no las vuelve a su posición original originando que la luz del pasillo pudiera colarse en la sala o aquellos que entran ya apagadas las luces sin respetar el horario de emisión de la película.

Al cine se va a ver algo que nos pueda gustar siendo conscientes, al menos en teoría, de que podemos no estar solos y, por tanto., podamos molestar aunque no sea nuestra intención cuando no pensamos en el que está en la butaca de al lado o dos filas más adelante.

Como echo de menos al amable acomodador de siempre.