Cohabitan el mismo espacio, mas no se soportan. Echándose mutuamente la culpa. Esgrimiendo sus diferencias, obviando que esos mismos que hoy agarran el volante, mañana se aferran al manillar.

Los conductores son legión, protegidos dentro del poderoso vehículo. Con más que decir como amos de la calzada. Desde el clamor por los grupos que forman los ciclistas embotellando el tráfico, pasando por su falta de compromiso al usar auriculares o no arrimarse al arcén, hasta llegar a la manida excusa de que por parte de los que pedalean no ha lugar a queja, al no pagar seguro alguno o impuesto de circulación. Allá lo juzgue cada cual.

Los ciclistas, siempre el lado más débil y a proteger, también encuentran motivos para alzar sus quejas. Desde los adelantamientos por parte de los coches a menos distancia de la exigida y a velocidades inadecuadas, hasta la completa ausencia de civismo a la hora de conducir aún a sabiendas de encontrarse bajo los efectos de las drogas o el alcohol.

¿En plena era de la automación, no debiera existir un dispositivo para anular el uso del coche si la persona se encuentra en estado de embriaguez? No parece ser demasiado comercial.

Llega el verano y con él las bicicletas, que para eso son, pero volveremos a lamentar trágicas consecuencias.

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