La palabra "senado" proviene del latín "senex", que significa "viejo, anciano". Y es que en las civilizaciones antiguas se asociaba la veteranía con la sabiduría, y por ello se acudía a los mayores, tanto en la política como en la vida privada, en busca de consejo. La larga experiencia de la vida así como la natural suavización de las pasiones en las personas de más edad eran consideradas una garantía de prudencia en la resolución de los problemas; de ahí que la ancianidad fuera valorada positivamente como una guía para la juventud. Claro que esto sucedía en sociedades tradicionales, donde el ritmo de cambio histórico no era tan acelerado como en nuestro mundo moderno, en el que las vivencias y conocimientos de una generación quedan rápidamente obsoletos para la siguiente. El resultado de la actual "vida líquida"(en términos de Bauman) en una sociedad de consumo incesante en la que la información y las costumbres varían -al igual que los productos- en cuestión de pocos años, invalida la concepción de la sabiduría como un poso del tiempo vivido a un ritmo humano, como experiencia rumiada y asimilada lentamente; y por tanto, descarta a los mayores como personas sabias e importantes, y en lugar de ello, los reduce a un "resto", a un excedente que ya no entra en juego. De esta minusvaloración y degradación del concepto de la vejez procede buena parte de los padecimientos de las personas de edad; e incluso, en un contexto en que todo se mide en términos económicos, el hecho de que sus pensiones tiendan a ver rebajado su valor con el tiempo es concomitante con la disminución del prestigio social y simbólico de la llamada "tercera edad". Y sin embargo, frente al frenético ritmo de la vida presente la experiencia y la prudencia de los mayores no nos sobran en absoluto y deberían revalorizarse.