"Mis papeles han sido siempre de gánster. Yo hacía en las películas mexicanas lo que Bogart hizo en las norteamericanas", declaraba Juan Orol en 1980, durante una visita a Madrid con motivo de una semana dedicada al cine de españoles en México. Es una manera optimista de ver las cosas en el ocaso de su vida, porque lo cierto es que buena parte de sus películas están consideradas pésimas parodias del cine negro norteamericano, y con razón podría hablarse de Juan Orol como del Ed Wood gallego, y hacer las delicias de Tim Burton tanto o más que el cineasta estadounidense, que pasó a la historia como el director más malo de todos los tiempos.

Juan Orol hizo decenas y decenas de películas y desde todos los puntos de vista: fue actor, director, productor, guionista... Muchas de ellas tuvieron enorme éxito, como Madre querida (1935) y Gánsters contra charros (1947). De él se dice que es el autor de las películas mexicanas peor realizadas.

Hay incluso una estética oroliana, no sólo fruto de las chapuzas en la producción sino, también, "quizás de un espíritu lúdico muy profundo, muy primitivo que hace partícipe al espectador de un juego en el que la única regla es pasarlo bien, sin más" como reconoció a su muerte un crítico en el periódico Excelsior.

"Sus cintas tenían ese ritmo de filmación del video home: escenarios hechos al vapor, falta de narrativa, una historia contundente y un mar de obviedades y errores garrafales de continuidad", señala otro crítico mexicano.

"Como los grandes cineastas que crean un lenguaje acorde con el tamaño de sus sueños, Juan Orol llevó sus fantasías a extremos épicos sin detenerse en minucias narrativas y sí dejando que las situaciones inverosímiles se trenzaran en su imaginería. Como Orol no pudo ser un outsider en el mundo cotidiano, creó a su alter ego: Johnny Carmenta, singular galán y gánster inspirado ligeramente en James Cagney, pero adaptado al México posrevolucionario, donde el cine tenía la tarea de divertir y también de transmitir moralejas". De este modo era presentado el cineasta gallego, hace poco tiempo, en un ciclo sobre su obra en México.

Tuvo una vida de película y, siendo así, es comprensible que Juan Orol escamotease el lugar y fecha de nacimiento. Y hasta su propio nombre.

Nació en la aldea de Santiso, en Lalín, en 1898, y fue bautizado como Juan Rogelio García García, pero todo eso no le debió parecer muy cinematográfico, así que propagó haber nacido en 1897 en Ferrol, como Franco, y eligió otro nombre más artístico. Murió en la ciudad de México en 1988 solo, retirado del cine y arruinado, después de haberse casado cinco veces con las musas de sus películas, a las que en ocasiones doblaba o triplicaba la edad.

Con ocho años, había embarcado en Ferrol hacia La Habana, donde fue acogido por una familia gallega. Más tarde dejó Cuba y viajó al puerto mexicano de Veracruz. Allí encontró un protector que se hizo cargo de él , pero su muerte, pocos años después, le obligó a irse a México capital. Como allí tampoco encontró un modo de vida, regresó a Cuba.

En la isla caribeña, Orol desempeñó diversos oficios: mecánico, corredor de coches, jugador de béisbol, boxeador y actor de teatro.

De vuelta a México, trabajó de nuevo como mecánico y corredor de coches para más tarde intentar ser torero. A pesar de reconocerse muy nervioso y mal matador, pudo ser torero unos años, hasta que se retiró y se hizo agente de la policía secreta mexicana. Después de la muerte de su primera mujer, Amparo Moreno, dejó la tauromaquia y la policía para cuidar a su hijo Arnoldo. Un trabajo en la radio como agente publicista y director artístico le permitió introducirse en el mundo del cine, primero como productor y poco después como actor. Sagrario (1933), un melodrama al estilo del folletín radiofónico, fue la primera película que produjo y tuvo un éxito inusitado. Por esa vía encontró Orol el camino de la redención. A partir de entonces hizo películas como churros: Mujeres sin alma, Madre querida, Los misterios del hampa, Pasiones tormentosas, Pasiones infernales, El fantástico mundo de los hippies... Y tantas otras.