En justo reconocimiento, podía haber dado nombre a los jardines de Méndez Núñez. Pero no, los jardines llevan desde 1701 el nombre del ilustre marino. Podía, también, nombrar al malecón, lo cual sería aún más lógico. Sin embargo, ni lo uno ni lo otro. Y méritos no le faltan al ingeniero Celedonio de Uribe, el hombre que ensanchó la ciudad con el nuevo puerto, y que exigió que los terrenos ganados al mar fuesen destinados a jardines para uso y disfrute de todos los coruñeses, y no sirviesen para levantar viviendas, como pretendía el Ayuntamiento.

Los ingenieros coruñeses, aprovechando la ley de la memoria histórica, reclaman que se corrija tamaño olvido y la actual avenida del Alférez Provisional pase a llamarse avenida de Celedonio de Uribe, en reconocimiento a la aportación profesional del ingeniero a la ciudad.

El Colegio de Ingenieros de Caminos, Canales y Puertos quiere, además, rescatar la memoria de otro de sus insignes colegas, Eduardo Vila, autor del proyecto definitivo de la Dársena de la Marina, de 1907, así como de los muelles de la Palloza, Linares Rivas y del Este, que también propiciaron el crecimiento del puerto y de la ciudad. Uribe proyectó también, entre otros, el faro de Punta Cabalo, en Vilagarcía de Arousa, y el de Corrubedo.

Celedonio de Uribe y Urbiquiain (Oyarzun, Guipúzcoa, 1823-Madrid, 1871), ingeniero y urbanista, dedicó la mayor parte de su vida profesional a Galicia y, sobre todo, a la ciudad de A Coruña, donde fue destinado como jefe de obras públicas y donde vivió desde 1847 hasta 1870.

En el siglo XIX A Coruña vivía un notable despegue económico lo cual hacía más evidente la necesidad de modernizar la ciudad, en particular el puerto, en el que se desarrollaba la actividad más importante.

El puerto coruñés llegó a ser por entonces el más importante de Galicia, gracias a la emigración, el comercio y la pesca. En paralelo al auge portuario, la ciudad vio surgir nuevos protagonistas, como la banca y el ferrocarril que uniría por fin A Coruña con Madrid en 1808.

Los nuevos tiempos de continua expansión exigían una infraestructura acorde y Uribe fue el ingeniero encargado de poner en marcha el proyecto portuario.

Las cinco pequeñas rampas del puerto se habían quedado pequeñas y el aspecto de la ribera de la bahía dejaba mucho que desear, sobre todo con marea baja, cuando el mar se retiraba y dejaba sobre la arena los desechos, "un aspecto desagradable y hasta repugnante y poco decoroso para una capital y un puerto de la importancia de A Coruña", escribió el propio Uribe.

Uribe dudaba entre diseñar un puerto moderno con grandes condiciones de abrigo, o rellenar una parte de la bahía y construir un malecón para dar a la ciudad una nueva fachada marítima que además sirviese para descongestionar la actividad portuaria.

El ingeniero prefirió esta segunda opción y llegó con el arquitecto municipal Noya a un acuerdo para distribuir los espacios. En 1863 se acordó dejar 3.000 metros para uso portuario y una franja de 30 metros de ancho para los jardines, obra de Narciso García de la Torre que va tomando distintas denominaciones a medida que discurren por la ciudad en paralelo con los Cantones: la Rosaleda, con las palmeras en torno al monumento dedicado Linares Rivas; el Jardín, con la Carrera y el Estanque, y el Relleno, con los antiguos kioscos.