-¿Por qué esa brevedad?

-Porque quería hacer un libro de divulgación, un libro corto y ameno para que llegue a la gente de la calle porque me parece un tema importante y creo que los tochos de los especialistas, que he hecho yo también, no se leen. Es un libro que sitúa la Guerra Civil en el contexto europeo y explica que no fue un pecado original de los españoles, sino que había otras guerras como la española en el mundo de entre guerras en Europa, en países que se enfrentaban también a los mismos aspectos: al sufragio universal, a la reforma agraria, a un reequilibrio del poder social y económico o al choque entre mundo rural y urbano.

-¿Es la gran historia contada a través de pequeñas historias?

-Repito que quería hacer un libro asequible al gran público y me pareció que una forma de hacerlo era anclarlo en vidas reales de personas de todo tipo. Eso también sirve para demostrar la complejidad de aquella época. Había enfrentamientos de todo tipo en la República, en los años treinta, y la guerra estalló por el golpe militar. Yo quiero desmontar el maniqueísmo y creo que una manera eficaz es contar las historias de la vida real, frente a la imagen de falsedad que quisieron imponer los golpistas.

-Pone en evidencia las secuelas físicas y psíquicas de la guerra.

-Abordo no sólo los años del conflicto militar, del 36 al 39, sino también la 'paz incivil', como la llaman los historiadores, los años de la represión brutal franquista y la matanza masiva. Y las secuelas culturales, claro, porque, a diferencia del nazismo y el fascismo, el franquismo duró cuatro décadas más. Es un trabajo muy interesante pero muy complicado deshacer esta historia monolítica, y estamos todavía en esto.

-¿En qué es más palpable?

-Subyace aún la idea de que la guerra civil es un pecado original de los españoles y hay que deshacer ese mito, porque había un enfrentamiento europeo por los mismos motivos, y pensar que la guerra fratricida fue el resultado de algo innato español es también consecuencia de cuatro décadas de dictadura.

-¿Y la dificultad para reconocer los derechos de los vencidos?

-Los historiadores y sectores civiles que están en la recuperación de la memoria -prefiero hablar de las muchas memorias republicanas-, pero el problema sigue, por ejemplo en la ola de revisionismo, de repetición de los viejos mitos franquistas y de pretender imponer una versión maniquea del pasado.

-¿La actual derecha española es heredera del franquismo?

-Claro, el sector reformista del franquismo fue el protagonista de la transición. Ha evolucionado pero no se quiere enfrentar a ciertos temas, como el de la represión franquista, ese discurso de que es malo remover el pasado. Es puro franquismo decir que estamos reabriendo heridas. Hay heridas, pero nunca se curaron, por eso no se puede decir que se reabren. Es evidente que para dejar atrás episodios trágicos y dolorosos hay primero que procesarlos.

-¿Alemania o Italia supieron cerrar esas heridas?

-En Italia siguen abiertos, hay muchas interpretaciones de la historia de los años veinte, treinta y cuarenta y hoy en día hay una rehabilitación del fascismo mussoliniano evidente. No niego la violencia interna del régimen de Mussolini, pero no es comparable con el franquismo, que tiene más que ver con estalinismo o el nazismo. Alemania, aunque hay una derecha neonazi, es el ejemplo de país que ha sabido hacer frente a su pasado y aceptarlo.

-¿España se ha quedado sola en esa no aceptación?

-Supongo que no, es pronto para decirlo, hay que tener en cuenta que la verdadera posguerra europea empezó en 1989, al acabarse la guerra fría y descongelarse muchas historias nacionales: estar o no contra el fascismo o qué significó la colaboración o la resistencia en la II Guerra Mundial. Todavía no hay un balance claro.

-¿Cuál fue el papel de la mujer?

-Eso formó parte del núcleo de los enfrentamientos porque como en todo el continente europeo surgía una nueva figura, la nueva mujer que se independizó económicamente, que se vistió de otra forma, y para los sectores conservadores significó un desafío. Uno de los motivos de acabar con la República era imponer un papel femenino más conservador. Y murieron muchas mujeres por tener ideas. Un caso del que hablo en el libro es el de Amparo Barayón, la mujer de Ramón Sender. Les sorprendió la guerra cerca de Madrid y, para protegerla, la mandó con su familia a Zamora, donde fue fusilada. Y la mataron en parte por encarnar a la nueva mujer. Y, aunque en su discurso lo negaban, también pasaba en el bando rebelde con la Sección Femenina, que desarrollaba el trabajo social de retaguardia en la guerra, y eso era un cambio fundamental en el papel de la mujer.

-¿Por qué se hizo hispanista?

-No sé si lo soy, tengo mucho interés en la historia de España y llevo años leyendo. Soy historiadora europea y me especialicé en el periodo de entre guerras. Me interesa la Guerra Civil, un episodio que, desde el punto de vista intelectual y académico, es muy rico y complicado. Tengo la impresión de que mi respuesta siempre decepciona, no tengo familia española ni hay un motivo de tipo personal en mi elección.