Sus textos sobre recursos humanos han llegado a ser analizados en escuelas de negocios y no hay literatura especializada, por árida que resulte, que él no sea capaz de convertir en un texto comprensible para la mayoría, y hasta ameno. Miguel Bertojo (A Coruña, 1957) trató de darle la vuelta a la vida varias veces para llegar a una misma conclusión. Entrevistó a personajes como François Lesage, uno de los mayores maestros bordadores de la alta costura; al editor Richard Shagman, dueño de Phaidon, o al arquitecto japonés Arata Isozaki, autor de la Domus coruñesa. "Todo es comunicación, ¿no?", dice Bertojo, que ha colaborado en más de una treintena de publicaciones, desde A Nosa Terra o El País de las Tentaciones a Gentleman pasando por revistas especializadas en recursos humanos, un tema del que habla con pasión, esgrimiendo conceptos como "gestión del talento" o "gestión del conocimiento". Pero Bertojo es, también, una porción de la vida de A Coruña. Quiso ser médico pero se arrepintió a mitad de carrera y optó por Filosofía y Letras, de modo que su llegada al periodismo fue a base de oficio, y desde ese afán comunicador dio el salto a los recursos humanos.

-¿Y ese cambio?

-Me sedujo mi maestro, Roberto Carballo, profesor de Sociología en la Complutense. Fui a entrevistarlo y se estableció un vínculo permanente y una amistad.

-¿De dónde le viene ese interés por aspectos de la moda como el bordador de Chanel?

-¿Mi interés por los oficios? Siempre me sedujeron, quizá porque mi madre era modista. Y de ahí a la organización del trabajo y a la comunicación sólo hay un paso. Mi madre, que vivía en el Corralón era una chaconera de la Fábrica de Tabacos. Mi padre, panadero de profesión, tocaba el saxofón en las mejores orquestas de su época y acompañó a Pucho Boedo.

-¿Cuál fue su primer oficio?

-Ayudante de escaparatista de Zara, cuando Amancio Ortega sólo tenía una tienda. Amancio era un tipo muy asequible y muy curioso, quería estar al tanto de todo y, sabiendo que yo era un tío de izquierdas -de la LCR- me pedía opinión. Era el final del franquismo y ya veía que la democracia era inevitable. Recuerdo que, en su interés por popularizar la moda, vendía, además de miles de batas de boatiné, imitaciones de abrigo Loden.

-Pero tuvo otros oficios.

-En 1981 monté con una mujer francesa, Françoise, el bistro La Gata, en la Ciudad Vieja, el primer restaurante especializado entonces. Ofrecíamos cocina francesa renovada, siguiendo el concepto Bocuse, todo fresco, nada de congelador. Venían por allí desde Isaac Díaz Pardo al oftalmólogo Manuel Sánchez Salorio, que me había dado clase. Siempre me llamaba alumno y pedía un Calvados con el café. Después, el restaurante se convirtió en bar de copas con mesa de billar. Era un sitio divertido por el que pasaba todo coruñés inquieto. Y luego lo traspasé, porque en la noche todo es fácil y lo que es fácil puede ser chungo.

-Y volvió a ser diurno.

-Volví a Zara, esta vez en Madrid. Me fui a la tienda-escuela de la calle Carretas, un edificio de cuatro plantas cuando casi no había tiendas de esas dimensiones en Madrid. Allí hacía de todo: instruir al personal, caja, venta... todo. Estaba prácticamente en el kilómetro cero de Madrid, a dos pasos de la Puerta del Sol, y era un sitio de paso obligado. Fue una tienda insignia durante mucho tiempo, uno de los zaras que más vendían del mundo. Venían clientas como Bibiana Fernández, que entonces se hacía llamar Bibi Andersen, o Loles León, siempre divertidísima. Yo tenía un libro de estrategia empresarial y, como era tan árido, les pedía que me lo firmasen para amenizarlo. Hacia finales de los noventa me fui a trabajar a Ifema, la feria de Madrid, con Josefina López Prado, la primera directora de Arco, y coordiné un espacio temático de oficios artísticos vinculado a las ferias comerciales cuya finalidad era enseñar a la gente los rudimentos de un oficio. Allí llevé a las encajeras de Camariñas, a gente de la Real Fábrica de Tapices, de museos... Hasta que regresé a A Coruña.

-¿Y ahora en qué anda?

-Sigo con las colaboraciones. Soy colaborador de muchas empresas. Desde que me fui de Zara tomé la decisión de no trabajar para nadie más que para mí y no pienso abandonar la condición de autónomo.

-¿Tiene la sensación de haber hecho cosas muy diferentes?

-De un modo u otro todo es comunicación. En una ocasión, un profesor me dijo: "Usted es colaborador en muchas revistas, pero lo suyo es el marketing". Y puede ser, en el fondo se trata de vender un personaje, un producto, una tradición, una forma de hacer, unas señas de identidad... Vendes lo que escribes. Y vendes todo el rato, aunque sea en clave de comunicación. Hay cosas que merecen ser contadas y hay otras en apariencia anodina o intrascendentes que, con un sesgo, puedes hacerlas relevantes.

-¿Milita aún en política?

-Soy militante del PSOE, hoy hay que hacer más que nunca. Tengo conciencia de clase y, con más de cuatro millones de parados, es más necesario aún. Este país tiene que superar el modelo del ladrillo apostar por la innovación y retener a los cerebros que ahora emigran.