No sólo el catolicismo, querida Laila, sino también la religiosidad en general pierde peso en España, como quizá lo está perdiendo también en todo el mundo. España está rompiendo con su inercia religiosa histórica y cultural, principalmente católica, y vive una expansión evidente de la indiferencia religiosa, del agnosticismo e incluso del ateísmo confeso. Hasta hace bien poco, era un hecho aislado y casi insólito encontrarse con alguien que se declarara abiertamente ateo o agnóstico, mientras que ahora estas posiciones menudean y han adquirido ya carta de normalidad. Y todo ello a pesar de que, desde el ateísmo y el agnosticismo, prácticamente no ha existido actividad proselitista, sobre todo si se compara con los esfuerzos evangelizadores, enormes y constantes, que se practican, sobre todo, desde las confesiones religiosas cristianas.

Es muy relevante, por ejemplo, el esfuerzo proselitista que los católicos hacen, con el Papa a la cabeza, entre la juventud y de forma muy notable en España, con campañas masivas y a través de la enseñanza religiosa, -incrustada incluso en la enseñanza pública-, de miles de parroquias y de centros religiosos, dedicados a la evangelización y a la catequesis. Sin embargo, el rechazo de la religión o la indiferencia no dejan de avanzar entre nuestra juventud, tal como ha demostrado el Congreso de Sociología de la Religión, celebrado estos días en Santiago de Compostela.

Efectivamente, según estos expertos, el 46% de los jóvenes españoles, entre 15 y 24 años, se declaran ateos, indiferentes o agnósticos. Es más, el porcentaje de jóvenes no creyentes llega al 63% en el País Vasco, al 62% en Cataluña y al 58% en Madrid. Y en Galicia, concretamente, sólo se declaran creyentes el 48% de los jóvenes, incluyendo esta cifra a practicantes y no practicantes, confesándose ateos o agnósticos, por tanto, el 52% de los jóvenes gallegos.

Parece evidente, querida, que esta realidad, nueva y creciente entre nosotros, ha de asumirse y de valorarse como un signo inequívoco de nuestro tiempo.

Para las confesiones religiosas, especialmente para la Iglesia Católica, mayoritaria entre todas ellas, el fenómeno revela un evidente fracaso de su estrategia confesional, proselitista y catequística. A pesar de tener todo el peso de la historia y de la cultura religiosa del país a su favor y de contar con enormes medios y gran poder e influencia, sus principios, dogmas y valores son ampliamente rechazados, cuestionados y producen desafección, sobre todo en las nuevas generaciones. No cabe duda, por otra parte, de que esta situación influye muy positivamente en muchos cristianos, de tanta lucidez como buena fe y buena voluntad, que, con su apertura a los signos de los tiempos, contrapesan la cerrada ceguera de muchos de sus jerarcas.

Para los ateos, agnósticos y practicantes de la libertad de pensamiento el fenómeno resulta esperanzador. Más que nada porque los libera de un control social opresivo e inmoral, que los marginaba cuando no los perseguía, y les hace recuperar su condición de actores normales y libres en una sociedad respetuosa con todas las creencias y todas las aventuras del pensamiento humano.

Para unos y otros la situación implica una nueva responsabilidad: la de garantizar la convivencia civil en la libertad de pensamiento y de creencias, propia de una sociedad plural. No es extraño, por tanto, que en la España de hoy coincidan los librepensadores y los cristianos más lúcidos en defender e impulsar un Estado laico, asumiendo los signos más esperanzadores de nuestro tiempo.

Bienvenidos sean pues, querida, nuestros jóvenes ateos y ag- nósticos.

Un beso.

Andrés