Es el mito de Clavijo. El mito de la reconquista y de la cruzada que tratan de resucitar, como ideal vigente, tipos como Aznar, Bush o Bin Laden y los suyos. Unos de un lado y otros de otro.

Aznar llegó a decir que la guerra de Irak, y supongo que también la baladronada de Perejil, venía a ser como una continuación de la reconquista; Bush estableció su frontera entre los ejes del bien y del mal y se lanzó a la cruzada; y Bin Laden proclama que no parará hasta reconquistar Al Andalus. Y es que hay mitos que los carga el diablo.

Los canónigos de Santiago, que no se empecinan como Aznar, han visto orejas de lobo en el mito que los justifica y tapan, con flores, el lado oscuro de la leyenda, tratando de substituir la carga diabólica del matamoros por la más inocua del peregrino. Inocua porque, sin enterrar el mito, muy importante para ellos, lo dulcifica y lo hace más tragable en los tiempos que corren.

Los avisados canónigos compostelanos no hacen más que seguir la inercia eclesiástica y muy de El Gato Pardo, de cambiar algo para que nada cambie.

Hoy mismo, querida, se celebra el intento de descarga de otro mito diabólico, sobre todo para vosotras. El mito de Eva que apuntaló la sociedad patriarcal justifica el predominio masculino y avala el machismo. Con Eva, la mujer es la madre del pecado, que transmite inexorablemente a todos sus descendientes; es la tentación diabólica permanente y ladina que arrastra y conduce al hombre, de suyo noble, inocente y crédulo, al mal y, por ende, a la misma muerte. Eva usurpa la bondad, la belleza e incluso la inteligencia de Dios para seducir a Adán, que parece memo, con el fruto prohibido. Eva es influyente, libertaria y radicalmente contestataria con el orden establecido, que vulnera y quebranta. Y ahí está la raíz de su maldad congénita. La mujer, desde entonces, ha de ser mantenida a raya, porque siendo inferior, precisamente por su maldad originaria, representa un peligro constante para el hombre. El mito de Eva justificó la violencia de género a lo largo de la historia. La violencia privada o pública e incluso la institucional, que es donde a la mujer se le aplica mejor "la discriminación positiva" pues, ante la misma falta, suele recibir mayor castigo.

Y de nuevo, las truculentas consecuencias del mito, cargado por el diablo, obligan a los canónigos de turno a tomar cartas en el asunto y hacen surgir el mito de María. Es la mujer excepción, que por pura decisión divina, es concebida y nace sin mancha ni pecado. Nueva Eva, la llaman. María es el mito de la mujer sumisa a la voluntad superior, obediente, subalterna e instrumental, al servicio del hijo del hombre, al que se somete, lejos de toda rebeldía. María no generará ni transmitirá ya el mal a sus descendientes aunque, como sólo tuvo uno que, a su vez, murió sin descendencia, la excepción se acaba y el mito de la vieja Eva se mantendrá vigente, pero se hará convivir con el mito de María.

El truco para hacer convivir los dos mitos es maniqueo. Eva nos transmitirá la herencia del mal inexorablemente, según la carne. Y María puede liberarnos de la fatídica herencia de Eva y transmitirnos la suya, pero según el espíritu y siempre que optemos por los valores y actitudes que representa. Pueden hablar así de una cierta dignidad de la mujer, pero siempre será sobrevenida, subalterna y sobre todo estará bajo control.

Querida amiga, otra vez los canónigos vienen a resolver el asunto con sus flores. Esta vez con flores a María.

Un beso.

Andrés.