Es la frustración que produce la percepción de una perentoria necesidad que nunca logra cubrirse en un grado aceptable o satisfactorio.

El propio Tratado de Lisboa, a punto de entrar en vigor, es una rebaja en las aspiraciones y objetivos políticos que la UE se había planteado tener cubiertos a estas alturas. Sustituye a una aproximación constitucional que se frustró y que, a su vez, no era más que un paso, eso sí más firme y decidido, hacia el sueño de la definitiva unión política de los europeos. Sin embargo, los europeos no quisimos ascender aquel peldaño, porque a algunos les parecía poco y a una mayoría les parecía demasiado, quedando en minoría los que lo entendían como medido y adecuado.

En los próximos meses, la presidencia española de la UE nos va a acercar más a los problemas de la Unión y, con toda probabilidad, la coyuntura y una mayor proximidad suministrarán más motivos a ese tu desesperar que, si no lo equilibras con la adecuada reflexión, te confundirá. Porque es cierto, amiga mía, que la política se hace en la coyuntura, pero también lo es que, si se pierde la perspectiva estratégica, ineludiblemente se hierra y se fracasa. Y la perspectiva estratégica consiste en tener claro y en hacer presente en cada momento el origen del proceso emprendido, el proceso mismo y el punto de llegada.

Si tienes en cuenta, precisamente en esta hora, que hace sólo cincuenta años, cuando se creó la CEE, la vacilante UE actual era una utopía para muy pocos, un sueño de algunos iluminados y lo impensado para la mayoría, verás cómo tu desesperar se atenúa. Europa no era más que un convencional espacio geográfico, secular y sangrientamente enfrentado, que tenía sobre sí millones de cadáveres, todavía calientes, de dos guerras totales que la habían desangrado. Ese fue el punto de partida del sueño y de la utopía.

Por otra parte, considera que el proceso escogido para llegar a donde hoy hemos llegado fue el más novedoso, audaz e inexplorado de la historia. Se trataba, en el fondo, de acabar con las luchas tribales y nacionales, insertas en los genes de la humanidad, para construir una suerte de nación de naciones, renunciando a la conquista violenta (único medio conocido y practicado hasta ahora para trazar los mapas políticos de la tierra), y escogiendo el procedimiento político del diálogo, el acuerdo y el consenso entre los estados. Si tienes en cuenta este proceso y consideras tanto su complejidad como su valor, en términos de avance de la civilización humana, ¿no te parece más razonable esperar que desesperar?

Tu desesperar, querida, se produce realmente porque la utopía es un horizonte: ese punto donde el cielo y la tierra se juntan. Tú puedes localizar y situar ese punto pero, cuando llegas a él, ya se ha desplazado y el cielo y la tierra se siguen juntando, pero más allá. Por eso la utopía se cumple y no se cumple a la vez, se alcanza y no se alcanza, pero es imprescindible para conseguir llegar a donde habías previsto.

La UE actual fue un horizonte y es el punto alcanzado, donde un día observamos que se unían el cielo y la tierra pero, una vez que hemos llegado, comprobamos que es todavía más allá. El objetivo de la unión política de Europa y de la construcción de una ciudadanía europea, con todas sus consecuencias democráticas, es el punto terrestre del nuevo horizonte aún no alcanzado, pero podemos saber a dónde hay que llegar y el camino a seguir, por lo que no cabe desesperar, mientras avancemos en la buena dirección, aunque sea lentamente. Sin desesperar, querida, pero también con más prisa.

Un beso.

Andrés