-¿Usted fue paseador de perros también?

-Sí, durante dos años y, una vez que me quedé en paro, volví a hacerlo. Ahora trabajo en la Casa del Libro, en la Gran Vía, y, por esas casualidades de la vida, me ocupo de la sección de perros, entre otras.

-¿Después de publicar no lo ascendieron?

-No, pero estoy contento, esto me da material para escribir otros libros, sobre todo conociendo los gustos del público y lo que necesitan los españoles.

-¿Qué necesitan?

-Se lleva mucho la autoayuda.

-¿Le resulta descorazonador?

-No, se entiende; en una época tan vertiginosa la gente busca soluciones rápidas y eso es lo que proporcionan los libros de autoayuda. Tienen lo que quieren escuchar.

-¿El paseador de perros es un oficio de inmigrantes?

-Parece que sí, casi todos los que yo conocí lo eran. No había españoles, eran los que se rendían antes.

-¿Por qué vino?

-Vine a España porque me convencieron unos amigos y a Madrid, para continuar mi carrera literaria y poder ir a conciertos; la música es una de las cosas que más interesan, es una de mis pasiones. Madrid, además, es una ciudad-aeropuerto de la que se puede despegar a otros muchos sitios, tiene muy buenas conexiones para irte un fin de semana a cualquier ciudad europea.

-El libro da una visión muy pesimista de la vida.

-Quizá sea porque soy un pesimista que ve la vida con cierto optimismo, creo en la posibilidad de cambio.

-¿Este viaje fue un 'error' como escribe? ¿Está arrepentido?

-En ningún momento sentí arrepentimiento. Aunque tuve momentos bajos siempre pensé que habría una oportunidad.

-¿Hará una trilogía?

-Sí, ya tengo la segunda parte, la historia de un scort (prostituto), tiene que ver con Paseador de perros. La tercera serán historias de la librería. Mis compañeros ya están avisados, cada vez me cuentan menos.

-En el libro compone un fresco de Madrid.

-Es a lo que aspira la novela, a rendir homenaje a la ciudad que me recibió. A pesar de los malos ratos...

-¿Vive en Malasaña?

-Sí, y muy a gusto. Me gusta más de día que de noche. Desde que llegué, hace cinco años, viví en la Concepción, en La Latina, en el barrio de Hortaleza y en Malasaña, que era mi objetivo.

-Y sus bares, de La Vía Láctea al Tupperware. Y El Sol.

-Claro, para mí eso fue... En una misma noche descubrí El Sol y El Garaje Sónico, es uno de los mejores recuerdos que tengo de la época en la que no tenía papeles.

-¿Ya los tiene?

-Sí, me los consiguieron los chicos de los perros.

-No corre el riesgo de los de Vic.

-No, cuando veo esas situaciones me siento afortunado. Soy un inmigrante privilegiado, tenía amigos, apoyos, no como los que vienen sin conocer ni el idioma.

-¿Cree que se impondrán las tesis más duras?

-Ojalá que no, pero como el PP siempre está en campaña electoral va a hablar mucho de echarnos para conseguir votos. Siempre se busca al culpable en el más débil, en el inmigrante que llega con la única aspiración de ganar dinero. Sus aspiraciones son más económicas que culturales, pocos vienen como yo.

-Sí, usted estudió Derecho, tenía trabajo en Lima...

-Sí, tenía un trabajo estable en un canal de TV de noticias, por mí pasaban todas las noticias de Perú.

-Vargas Llosa, Bryce Echenique, Santiago Roncagliolo... sigue usted esa senda.

-Sí, es la senda que seguimos casi todos. Durante mi adolescencia, cuando leía a Julio Ramón Ribeyro, me quería ir a Francia, porque él vivió en París.

-París era la meta entonces.

-Ahora es España, también porque no es la misma España de la que habla Ribeyro en sus cuentos, sino una España que vivió un boom y en la que hay oportunidades editoriales, que no son grandes, tienes que currártelas, ser un escritor disciplinado y no rendirte ante los reveses.

-Su pasión por la música: Micah P. Hinson, Nick Drake, Ian Curtis... Y Sr Chinarro.

-Para mi novia es el Sr. Tristarro, dice que no hay tío que cante más triste como él. Para mí, es más melancólico que otra cosa. Lo descubrí en Perú gracias a mis amigos españoles. Me gustaban Sr Chinarro, Niño Gusano y Family, esos tres, pero me quedé con Sr Chinarro.

-Su otra pasión es el fútbol.

-Juego de central en una liga municipal en el barrio de La Elipa y me apetece poder ir a A Coruña, la ciudad donde Perú jugó el último mundial, en 1982, el del Naranjito. Lo que más me gusta de las ciudades son los cementerios y los campos de fútbol.