Fíjate, me dices, Rajoy tiene un tic. Cuando está nervioso, cuando se siente atrapado por una pregunta incómoda, cuando va a soltar un exabrupto o una mentirijilla a Rajoy le tiembla un ojo. El asunto es significativo".

Bien, querida Laila, yo creo que el asunto no reviste importancia, por muy significativo que sea en el llamado lenguaje corporal. ¿Quién no tiene algún tic? Al fin y al cabo no se trata más que de un movimiento muscular o nervioso inconsciente que, si bien puede ser síntoma de alguna pequeña anomalía cerebral, ésta no sería nada grave si, como en el caso que nos ocupa, el tic es menor y poco perturbador de un buen estado general. La salud es como la democracia: nunca será absoluta y siempre es perfectible. Otra cosa sería una cadena de tics, espasmos o convulsiones que pusieran en cuestión todo el sistema neurológico o cerebral. Algo así como el síndrome de Tourette.

No me preocupa, por tanto, el tic en el inquieto ojo de Rajoy, pero sí son significativos otros tics políticos que partidos y dirigentes de organizaciones de diversos colores sufren. Me refiero, por ejemplo, al de calificar de antidemocrática una posición sólo por ser contraria o crítica, como hizo el propio Rajoy con el acto de la Complutense en apoyo a Garzón, o a algunos contenidos hiperbólicos que salieron de bocas calientes en la misma asamblea. El acto, en sí mismo, no sólo no es antidemocrático, sino que responde al ejercicio de derechos democráticos esenciales como el de expresión, reunión y manifestación. Puede no estarse de acuerdo con el contenido de lo allí expresado y considerar desmesurada la descalificación global de una institución por fascista, pero calificar de antidemocrático el acto en sí es un tic político, que revela algún desarreglo que tiene que ver con resabios autoritarios que todavía viven aletargados en el cuerpo social o en algún oscuro lugar de nuestro cerebro político. Como también, querida, es un tic político autoritario decir que las críticas a jueces y magistraturas, que estos días menudean, no son de recibo porque presionan a los poderes del Estado y a las personas que los ejercen. La presión social y política es consustancial al ejercicio de la democracia y con ella han de convivir nuestros legisladores, ejecutivos y juzgadores. Otra cosa sería que se ejerciese sobre ellos la fuerza o una coacción física o moral insalvable, pero la presión social democrática está en los antípodas de la coacción y de la violencia.

Si un juez, ministro o diputado no pueden convivir con la presión social que legítimamente se ejerce sobre ellos, precisamente desde el lugar donde reside la soberanía, la debilidad democrática y el morbo autoritario está en ellos. Cualquier actividad política implica siempre una cierta presión. Desde una huelga hasta una mera opinión publicada, pasando por una manifestación, asamblea, protesta o reunión. Y sin estas cosas la democracia no existe.

Dicho esto, querida, pienso que el tic político personal de Rajoy es leve, como el de su ojo chungo pero, en cambio, en un nada despreciable sector de su partido, bien representado por Aznar, Cascos o Mayor, los tics autoritarios y autocráticos se producen con excesiva frecuencia, llegando a constituir un verdadero síndrome político de Tourette, que desencadena convulsiones y espasmos, de claro origen genético autoritario.

La derecha española, amiga mía, ha de superar este síndrome en su seno porque, si no lo hace, constituirá un peligro de involución y de amenaza para el sistema, convirtiendo la alternancia en un riesgo para la democracia. Lo que no sé es si Rajoy es el líder capaz de garantizar una buena salud democrática a la derecha española.

Un beso.

Andrés