Comprendo, querida Laila, tus reticencias sobre las reglas del juego electoral que me subrayas, con ocasión de las elecciones al claustro y al rectorado en la Universidad compostelana: el peso, en casos poco o mal compensado, de los distintos estamentos, las limitaciones que introduce un determinado sistema de ponderación en el voto o el excesivo peso corporativo de este o aquel cuerpo. También comparto tu desazón por la pervivencia de elementos de cooptación y muy endogámicos para cubrir puestos y responsabilidades, sobre todo académicos, que siguen vigentes en unas instituciones, como son las universidades públicas, que arrastran lo bueno y lo menos bueno de su larga trayectoria histórica. Bien está lo que me dices pero, a pesar de ello, he de señalarte que las elecciones concretas de la Universidad de Santiago han puesto y están poniendo de relieve valores democráticos muy importantes y que resultan ejemplares para nuestra traqueteada vida política.

En primer lugar, considera el número de candidaturas, siete nada menos, que se presentaron para conformar el equipo rectoral, ofreciendo un amplio abanico real de posibilidades a los votantes. Y digo real porque todas las candidaturas parten con igualdad de posibilidades y con idénticas y modestas subvenciones públicas para desarrollar sus campañas, lo que produce dos efectos inmediatos: que el votante tiene donde elegir y que, de partida, su voto siempre será útil. La temida y posible dispersión del voto se arregla y corrige con una segunda vuelta que favorece los acuerdos y alianzas, por una parte, y equilibra posibles visiones unidimensionales de los proyectos de gobierno, por otra. Justo al contrario de lo que sucede en las elecciones políticas, donde los contendientes parten con medios y posibilidades distintos y desiguales, reduciéndose al extremo la posibilidad de elegir y conduciendo a una gran parte del electorado a votar más en contra de alguien que a favor de algo, a votar con la nariz tapada o a tragar con la inutilidad práctica de su sufragio. El resultado es la consolidación de sistemas bipartitos eternos, escasamente matizados por terceras posibilidades, que sólo pueden aspirar a ser bisagras; y así se genera esa llamada "clase política", convertida en casta de mandarines que sobreviven en la alternancia sin fin y vician la noble actividad política. Las elecciones británicas, como las nuestras, son un buen ejemplo de esta anorexia democrática.

Observa, en segundo lugar, el comportamiento político y electoral de todos los candidatos y candidatas y de sus equipos, que han desarrollado una campaña ejemplar en la universidad compostelana. Con medios, proporcionados y similares, hicieron cada uno su propaganda en el sentido más noble y genuino del término, cual es el de exponer y divulgar sus ideas, proyectos y programas sin caer en las trifulcas, descalificaciones y crispados ataques al adversario a que nos tienen acostumbrados nuestros cansinos líderes y nuestros truculentos partidos en la vida política. Ahora asistiremos al debate entre los dos candidatos más votados y es de esperar, vistos los antecedentes, que se produzcan con la misma honestidad política, inteligencia y honorabilidad con que han llevado la campaña. El elegido, sin duda, será democráticamente el mejor y fruto de una campaña limpia.

La limpieza y el genuino sentido democrático del debate político universitario demuestran, como diría mi padre, que los contendientes no sólo pasaron por la universidad, sino que también la universidad pasó por ellos. Nuestros políticos, en cambio, parece que, por la universidad, sólo pasaron. Los que pasaron.

Un beso.

Andrés